Blog Murciego: Las cosas de Bublik

En esta vida basta con hacer las cosas mal una vez para quedarte para siempre con la mancha sobre tu cabeza. En el caso de Alexander Bublik, digamos que se ha regodeado de esta premisa, encontrándole gusto al papel de villano y demostrando que no todo el mundo llega al deporte profesional con las mismas intenciones. Pensamos que la mayoría están aquí soñando con ganar Grand Slams y ser número 1, para dejarse la piel cada semana y así colgar la raqueta en paz veinte años después. No es cierto. El kazajo es ese ejemplo de tenista bohemio para quien los números son intrascendentes. Un tenista, intrépido, irregular, intenso, imposible de interpretar y de intuir. Puestos a seguir con el juego, en ocasiones un poco idiota. Pero qué os voy a contar que no sepáis sobre mis debilidades: estos maleantes son tan necesarios en el circuito como los apuestos caballeros, siempre tan modélicos, que solamente están centrados en alimentar su apetito competitivo.

Yo pagaría una entrada por ver a Bublik, y no solamente porque de vez en cuando haga el payaso. De entre todos los motivos, quizá el más importante sea la duda que tengo sobre cuánto tiempo le quedará en este convento. “Si me quejo tanto es por lo estúpido que es este maldito deporte, porque es jodidamente estúpido. Jugar al tenis es un dolor de cabeza”, llegó a soltar ante el micrófono la temporada pasada, en una época donde encadenó un total de diez derrotas consecutivas. Sus palabras nos llevan de inmediato a la primera línea de Open, la autobiografía de Andre Agassi. ¿De verdad hay jugadores que odian el tenis? Muchísimos, hasta los grandes campeones, solo que algunos consiguen encontrar el equilibrio perfecto en la balanza para que no se note. O para inclinarla levemente por el extremo más benévolo y hacer que todo merezca la pena. Aquí el kazajo vuelve a ser ejemplo de todo lo contrario, de tenista desbordante, muchas veces desbordado, capaz de lo mejor y de lo peor cada vez que pisa un estadio. ¿Expulsado de un encuentro por insultar al juez de silla? Me lo creo. ¿Campeón de un torneo después de remontar en cada ronda un set adverso? Me lo creo también.

Esta ha sido la manera que Bublik ha escogido para entrar en la historia, destacando precisamente en una habilidad que se le negaba desde su entrada al profesionalismo: actitud para luchar. Esta semana, en el ATP 250 de Montpellier, se encargó de cambiar la mala vibra por una entrega absoluta en cada uno de sus encuentros, independientemente de lo mal que pudieran empezar. Así fue como remontó primero a Denis Shapovalov (1-6, 7-6, 6-3), luego a Alexander Shevchenko (4-6, 6-3, 6-4), después a Felix-Auger Aliassime (4-6, 6-4, 6-4) y por último a Borna Coric en la final (5-7, 6-2, 6-3) De aquí sacamos dos conclusiones. La primera es que Alexander, cuando le da la gana, es un jugador con aptitudes para no salir del top15 en mucho tiempo. Y la segunda más importante, enfocada a quien pueda ser su próximo rival: ¿qué tal si le dejas ganar el primer set?

Eso sí, por muy inspirado que llegue a estar Bublik, por mucho que se alineen los planetas a su favor, su felicidad dentro de la pista jamás podrá alcanzar la de otros compañeros más queridos, más planos y mucho más en paz consigo mismo. Esto solo se entiende al exponer cómo arrancó la relación del kazajo con este deporte. “Nunca tuve la opción de no ser tenista. Mi padre me dijo que jugara y mi madre lo apoyó, así que yo jugué. Solo tenía dos años, pero nunca se planteó la cuestión de si yo quería o no quería ser tenista, mi familia no era así, nunca llegaron a pensar esa pregunta. Por eso no quiero que mi hijo sea tenista, ya veremos en qué es bueno, de momento no tiene ni idea. Hay que darles libertad para ver en lo que se convierten”.

Después de leer estas declaraciones de Sascha, seguro que ya no volverás a observarle del mismo modo. Ya no lo juzgarás por sus actos, aunque algunos sean indefendibles, pero cualquier persona tiene defensa si se atreve a enseñarnos sus mayores tempestades, esas que le acompañan cuando nadie más las piensa. "Creo que muchas veces los medios de comunicación tergiversan mis palabras y las sacan de contexto. Es cierto que dije que jugaba al tenis por dinero, hace unos años. Sin embargo, con el paso del tiempo he ido dándome cuenta de que realmente amo este deporte y disfruto siendo tenista. Desde que era niño quise hacer esto. Me recuerdo perfectamente disfrazándome de Federer y Nadal, mirándome frente al espejo intentando imitarles”, declaró hace un par de temporadas, confirmando las cientos de aristas que se apuntan entre sí dentro de su cabeza.

Bublik es talento, es temperamento, es trabajo, es poca vergüenza, es amor por lo que hace y desamor por lo que muchas veces se encuentra. Es frustración en días malos, orgullo en los buenos y resignación en casi todos. Por levantarse y ver que su vida hace tiempo que está en caminada en una dirección que no eligió él, aunque cada año vaya cogiendo una postura más cómoda en el molde. Seguirá protagonizando titulares por sus formas, no siempre entendidas desde fuera. O por sus dobles faltas, sus lanzamientos de raqueta o su indolencia exasperante cuando no le apetece jugar. Como nos podría pasar a cualquiera de nosotros en una jornada de oficina, solo que nosotros sin una cámara que nos persiga, buscándonos el error. De lo que se hablará menos es de sus éxitos, de su lucha interna por volverse de los buenos o de que esta semana aparece con el mejor ranking de su carrera (#23). Menos mal que aquí recogemos tanto las duras como a las maduras.