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Grandes Relatos Eurosport: Serena Williams, veinte años del nacimiento de una era

Fernando Murciego

Actualizado 29/03/2020 a las 16:54 GMT+2

Año 1999. Estamos en el US Open, último Grand Slam de la temporada, y se espera una guerra sin cuartel entre Hingis, Davenport, Venus, Seles y compañía. Por debajo de esos nombres aparece Serena, quien terminaría levantando el título con tan solo 17 años. Fue el nacimiento de una estrella, el origen de una era en la que ninguna celebraría más que ella.

Serena Williams, relatos Eurosport

Fuente de la imagen: Getty Images

La temporada 2019 no ha sido la mejor para Serena Williams. Ya con los 38 encima, la estadounidense ha perdido fuelle en los partidos importantes, es decir, en las finales de Grand Slam. Precisamente hace unas semanas se cumplían dos décadas de su primera gran conquista, cuando tan solo tenía 17 años. Sucedió en Nueva York, en su querido US Open, a lo largo de una quincena donde tuvo que afrontar un cuadro infernal, cargado de una exigencia y dificultad supremas. Ni Bill Clinton se lo quiso perder la final, pero Serena no tenía nada que perder y quizá por eso ganó. Por eso y porque ya tenía tenis para marcar una época. Hoy en Eurosport recordamos cómo se fraguó aquel título, el inicio de una trayectoria impecable hasta el Olimpo que todavía amenaza con seguir reuniendo gloria.
Primera ronda. El camino hasta la meta empezó ante Kimberly Po (#80), una estadounidense que defendía cuarta ronda en Nueva York y que había hecho cuartos de final del Open de Australia hace dos años. En su momento llegó a estar en el top15 mundial, pero últimamente los resultados la empujaban al último vagón del top100. Sin embargo, el dato más importante lo tenía Williams en su cabeza, una derrota ante Po dos años atrás en la carpeta de Moscú. Podría ser una ronda trampa, como siempre que se debuta en un Grand Slam, hasta que ambas aparecieron en la cancha y resolvieron el misterio. “El resultado es sorprendente, ya había jugado antes con ella y había perdido”, declaró la de Saginaw tras pasar de ronda perdiendo solamente un juego (6-1, 6-0). En su séptima participación en un major –segunda en el US Open–, la sensación de caer en el debut seguiría siendo desconocida para ella.
Segunda ronda. ¿Se imaginan tener 17 años y ser la favorita dentro de la pista? Fue lo que le pasó a Serena al cruzarse en su segundo examen ante Jelena Kostanic Tosic (#128), nacida dos meses antes que ella. Obviamente, era la primera vez que se veían las caras, aunque ya con una tremenda diferencia en cuanto a estatus. “He cometido muchos errores, sé que no he jugado bien, apenas me han entrado primeros servicios”, subrayó Williams tras superar a la croata por 6-4 y 6-2. La exigencia con su tenis ya era máxima, sabía de lo que era capaz y, de momento, los resultados llegaban. Había empezado el año siendo la número 22 del mundo, pero en Flushing Meadows entró ya siendo la número 6. Quizá era el momento de dar un paso al frente, un salto de altura en los Grand Slams.
Tercera ronda. Antes de pasar a la segunda semana de competición, un choque histórico. No en aquel momento, pero sí con el paso del tiempo. Kim Clijsters (#98) apenas afrontaba el segundo cuadro final de su carrera en un major, pero ya desprendía un brillo especial. La belga, con apenas 15 años, llegó a sacar con 5-3 en el tercer set. Un juego más y todo habría terminado. “No me podía creer que me estuviera pasando esto a mí, ¿por qué a mi? No quería salir tan pronto de un torneo como éste”, manifestó Serena tras una de sus remontadas más notables (4-6, 6-2, 7-5). Un milagro en forma de victoria que la empujaba, por primera vez, a los octavos de final del US Open, superando la tercera ronda alcanzada el verano anterior. En cuanto a Grand Slams, la estadounidense igualaba su mejor resultado, la cuarta ronda de Roland Garros 1998. Allí fue apartada por una española, misma bandera que saldría a su paso en dos días.
Serena Williams, US Open de 1999
Cuarta ronda. Sería Conchita Martínez (#17) la mujer encargada de bloquear el paso de Serena esta vez, al menos de intentarlo. La española llevaba un par de años sin tanta regularidad en los Grand Slams, pero seguía siendo peligrosa ante cualquier rival. Fue un duelo abierto, con numerosas oportunidades y con algunos ‘invitados’ sin entrada. Todavía recordamos a Williams preguntarse cómo era posible que pasaran tantos aviones por la pista durante el partido, pero así es Nueva York. Tuvo que olvidarse de lo externo para remontar dentro de la cancha (4-6, 6-2, 6-2) y situarse por primera vez entre las ocho mejores de un torneo de Grand Slam. ¿Sorpresa? No tanto, teniendo en cuenta que ese mismo año ya le habíamos visto conquistar Suez (ante Mauresmo), Indian Wells (ante Graf) y Los Angeles (ante Decugis). Ya era una estrella con capacidad de sobra para derrotar a las mejores. El avión mejor equipado durante aquella quincena de competición.
Cuartos de final. A partir de aquí llega lo serio, la traca final de un cuadro que no tuvo ninguna piedad con Serena. Cada rival que iba llegando era mejor que la anterior, empezando por Monica Seles (#4) en la antepenúltima ronda. “Estuve muy nerviosa en el primer set, pero fue en el tercero donde realmente me enfoqué por completo, encontré un mejor plan para ejecutar”, declaraba tras su victoria por 4-6, 6-3 y 6-2. Efectivamente, la menor de las Williams le había cogido gusto a las remontadas, como si ceder el primer parcial fuera un requisito para luego sacar sus mejores golpes. Tumbar a leyendas del circuito tampoco se le daba mal.
Semifinales. Ya solo las mejores piezas tenían cabida en el tablero, en el horizonte asomaba su primera semifinal de Grand Slam. Son rondas en las que sabes que no habrá rival fácil y, en el caso de Serena, el destino le tenía preparado lo mejor de cada casa. Lindsay Davenport (#2), vigente campeona del torneo, reciente campeona hace unos meses en Wimbledon e ídolo local de las 22.000 personas allí presentes. Esa era su próxima oponente. En aquel momento hubiera sido imposible presentarse a un examen más duro, pero éste también lo pasó con nota. “Si algo he tenido en este partido ha sido determinación. Lindsay ha jugado de una manera increíble, cada bola que golpeaba era un winner, así que no me ha quedado otra opción que atacar todo lo que me llegaba”, reveló Williams tras volver a salir airosa por un 6-4, 1-6 y 6-4. Tenía 17 años y estaba en la final del US Open, donde le esperaba la número 1 del mundo.
Final. El postre, la guinda, llámenlo como quieran. Una semana de este calibre solo podía cerrarse ante la mejor tenista del mundo, Martina Hingis (#1). La dueña del ranking WTA había impedido dos días atrás que Serena y Venus se enfrentasen en la final. Solo este dato ya invitaba a la venganza, pero el ingrediente más morboso había estado en la prensa, con varios ataques entre las hermanas y la suiza hasta llegar aquí. Aparte, también había otros motivos más especiales por los que salir con el cuchillo entre los dientes, como las referencias históricas. Desde 1958 (Althea Gibson), el tenis femenino no había vuelto a ver una campeona afroamericana de Grand Slam. En el masculino, el último había sido Artur Ashe (1975), encargado de ponerle nombre a la pista en la que el show terminaría. “Es un momento demasiado emocionante para describirlo, no sé si gritar o llorar”, expresó Serena tras coronarse por 6-3 y 7-6. A lo grande, sin necesidad de remontar. No solo había hecho historia, sino que se había adueñado de ella. Un nueva era acababa de empezar.
Serena Williams, US Open de 1999
¿Qué paso después de esa final? Serena se lo tomó con calma, la verdad. La estadounidense solamente disputaría dos torneos más en aquel inolvidable 1999. Lo realmente extraño fue el tiempo que tardó en volver a las portadas. Su segunda final de Grand no llegaría hasta dos años después, en el US Open 2001, donde caería ante su hermana en la primera de las nueve finales que hasta el momento han disputado en torneos de este nivel. Ya en 2002, una de las mejores temporadas de su carrera, los triunfos en París, Londres y Nueva York la llevarían a tocar por fin el escalón más alto del ranking. Para entender la transcendencia de la menor de las Williams en la historia –su historia– permítanme que rescate unas palabras de Sascha Bajin, el hitting partner que le acompañó durante ocho temporadas (2008-2015).
“Si comparas a aquella Serena con la de ahora, verás que no hay tanta diferencia. No es que su juego haya cambiado, que lo haya transformado en otra cosa o que haya agregado algo nuevo. Lo realmente impresionante es que ha mantenido el mismo nivel en los últimos 20 años. De alguna manera, ha podido mantener ese nivel cada día, esforzándose cada jornada durante un período de 20 años. A través de los altibajos y los reveses que ha sufrido, ha sabido mantener su nivel de concentración, determinación, urgencia y disciplina. Es una máquina”, opinaba en una entrevista para la WTA el actual entrenador de Kristina Mladenovic.
Serena Williams, US Open de 1999
Todo lo que vino luego ya lo conocemos, y no me refiero a los tres presidentes que ocuparon la Casa Blanca desde Clinton. Destacaremos las 319 semanas como número 1 y sus 23 Grand Slams. Un ‘23’, cifra cargada de simbolismo en el mundo del deporte, que lleva tiempo atormentando a Serena, causándole verdadero pavor. Para ella no fue suficiente con superar el récord de Steffi Graf (22), su objetivo real era atrapar a Margaret Court (24). No importa que ya sea una veterana, que sufra más lesiones que otras o que ahora viaje con un marido y una hija: todos sabemos que no parará hasta conseguirlo. Hoy recuerdo unas palabras, al finalizar Wimbledon 2010, donde un periodista le propuso seguir jugando hasta los 38 años, diez más de los que tenía por aquel entonces. “¿Hasta los 38? Si a los 38 sigo jugando quiero que tú mismo entres y me escoltes fuera de la pista. No hay ninguna necesidad de que a los 38 años siga estando aquí”. Viendo lo que hay en juego, a ver quién es el valiente que la invita a salir.
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