Talento derrota a dinero

No creo que Frances Tiafoe sea el mejor tenista del mundo, aunque algún día podría llegar a serlo. Si planto su fotografía aquí es por el color negro de su piel, por su origen improbable para un tenista de élite, por tener un hermano gemelo y sobre todo porque me cae bien.

Franklin y Frances no son gemelos idénticos. Los dos juegan al tenis, pero uno es millonario y el otro apenas ha pasado de buen entrenador. Se diría que los diferencia algún marcador genético diminuto y desconocido, una habilidad natural (o ausencia de ella) insondable aún para la ciencia, alguna característica distintiva que con toda certeza venía (o no venía) de serie y que había de marcar sus respectivas vidas desde el mismo día en que ambos nacieron. Se diría que uno estaba llamado al éxito y el otro desde luego no.

La idea de la existencia de un individuo idéntico a nosotros en algún lugar del planeta ha inquietado al ser humano al menos desde la antigüedad griega. No hablo sólo del clásico sosias, del típico doble, impostor, imitador o suplantador de identidades. Saramago noveló en El hombre duplicado la historia de un ciudadano que descubría a alguien idéntico a sí mismo en la misma ciudad, en el mismo tiempo, compartiendo incluso el mismo espacio. Cortázar apodó Doppelganger a uno de sus personajes en Rayuela.

Hace apenas unos días, un equipo de científicos españoles publicó un interesantísimo estudio sobre pares de individuos extraordinariamente parecidos, personas extrañas las unas de las otras que tampoco cuentan con antepasados ni familiares comunes. Los hallazgos son espeluznantes, pues resulta que esos completos desconocidos, a menudo con orígenes étnicos y geográficos muy diversos, comparten por azar algunas variables genéticas que los convierten en dos gotas de agua, casi en indistinguibles.

Constant Tiafoe, padre de Frances y de Franklin, emigró a Estados Unidos desde Sierra Leona en 1993. Alphina Kamara realizó el mismo trayecto huyendo de la guerra civil en 1996. Lo hizo sin saber que menos de dos años después había de dar a luz gemelos. Constant comenzó a trabajar donde pudo, y acabó formando parte de la cuadrilla que construyó el Junior Tennis Champions Center de College Park, en Maryland. Cuando acabó la obra, le ofrecieron trabajo como personal de mantenimiento y le habilitaron para descansar un cuartucho con un ventanuco. Alphina trabajaba como cuidadora o enfermera. Los chicos dormían con el padre cuando ella tenía turno de noche, cinco días a la semana. Tumbados sobre camillas de masaje, cuando aún eran unos micos y cabían en ellas atravesados de lado a lado, los pequeños Frances y Franklin soñaban con jugar al tenis y ser profesionales.

Los Tiafoe nunca hubieran reunido dinero siquiera para que uno de los críos realizara estudios universitarios. Frances mostró muy pronto un interés inusitado por las cosas de la raqueta y una capacidad llamativa para usarla del modo adecuado. El padre consiguió que los niños practicaran gratis en las instalaciones del centro.

El tenis se convirtió para la familia Tiafoe en una escapatoria, en una improbable, descabellada oportunidad de prosperar. Era su ventana (ventanuco) al sueño americano.

Frances es buen amigo de Serena, pese a la diferencia de edad entre ambos. Conectaron por motivos obvios cuando compartieron equipo en Copa Hopman. Las Williams son muy conscientes del milagro que nos han estado contando durante 25 años.

Cathy Freeman, Arthur Ashe, Jesse Owens, Billie Jean King, Gino Bartali… Suelo recomendar una preciosa serie de pequeños programas de Eurosport dedicados a algunos de los mayores pioneros ('Trailblazers') del deporte mundial. Gente que abrió camino en terreno escarpado. Severiano Ballesteros, Carolina Marín.

Sus historias nos emocionan por escasas. No por el éxito en sí, sino por la tarea hercúlea, por el éxito pese a la dificultad.

Cuántas casualidades hicieron falta incluso para que naciera el niño Frances. Cuántas veces una mala compañía, un mal día o una sola decisión equivocada acaban con Frances Tiafoe siguiendo el camino errado en una realidad paralela, desafortunada y cruel. Cuántos Frances Tiafoe normales, pobres currantes, hay por las calles. Cuántos nunca supieron que tenían un don, porque no lo sintieron dentro o porque no tuvieron dinero, porque tampoco se les pasó por la cabeza eso de empuñar una raqueta ya que sus padres ni siquiera trabajaban, o trabajaban poco y precario y desde luego no lo hacían en un centro regional de la USTA. Cuántos lo supieron y lo probaron, y fracasaron sin remedio y acabaron metiéndose crack desamparados en algún fumadero infecto de la periferia de Washington, D.C.

Pensemos cada cual en el deporte que más nos gusta, sea el que sea. Su panorama actual, su distribución de estrellatos y modestias (quién sobresale y quién es deportista esforzado, quién compite y quién no llegó jamás), es el resultado de una concatenación de coyunturas individuales, las de todas esas vidas y sus respectivas circunstancias que acaban fabricando aquí o allá un Luka Modric y un Pedri. En un mundo distópico (o ideal, según se mire), en un mundo en el que todos los seres humanos con unas habilidades determinadas tuvieran las mismas herramientas para desarrollarlas, en un lugar semejante, imperfectamente perfecto, el otro Frances Tiafoe, el doppelganger de este Frances al que adoramos, lo desafiaría a vida o muerte en una cancha de tenis, y ambos jugarían un partido infinito, de deuce eterno, que jamás nadie podría resolver por mucho supertie-break o tie-break de los campeones que se inventase.

¿Existe otro Frances Tiafoe? Es más, ¿existen en el mundo otro Nadal, otra Swiatek, similares genéticamente a los mejores tenistas del mundo pero perdidos en sus circunstancias? ¿Están en algún lugar o nacieron y estuvieron algún día, pero sufrieron coyunturas adversas que no les permitieron agarrar una raqueta? ¿Habrá por ahí un oficinista con el cuerpo de Rafa, una traductora o una estudiante de bellas artes tan obsesiva como Iga?

Digamos, para simplificar, que es mucho más fácil ver en la élite del tenis mundial a dos Jessica Pegula que a dos Ons Jabeur. Y no hace demasiada falta explicar por qué.

Ahora alguien espera que yo cierre este artículo diciendo que Tiafoe es negro, humilde y divertido, y que salió de la nada y por eso pongo su foto y lo uso como excusa para hablar de otras cosas. Porque uno apoya por defecto a los humildes y a aquellos que lo han tenido más difícil. Pero quién es capaz de afirmar que Frances no es el doppelganger privilegiado, incluso malvado, de otro Frances más modesto e igual de simpático, pues al fin y al cabo al Frances Tiafoe que conocemos lo parieron con un talento especial, y después una impensable sucesión de casualidades lo llevó a vivir en unas instalaciones tenísticas fabulosas, y no en un suburbio, o junto al casoplón de unos antiguos esclavistas, o en unas instalaciones baloncestísticas o futbolísticas puede que fabulosas, sí, pero que no le habrían servido para nada porque a él lo que se le daba bien era el tenis. Quién dice que no hay en Sierra Leona un tipo idéntico a Frances Tiafoe, con sus mismas condiciones, que sin embargo no ha visto una pista de tenis ni en pintura. Quién nos asegura que ese otro Frances está aún vivo y no ha muerto en una guerra, en un accidente, de pura pobreza o cruzando el Estrecho.

No, el talento no derrota al dinero. El esfuerzo tampoco lo consigue muy a menudo. El doppelganger rico casi siempre asesina a tiempo a su doble menos favorecido.