Blog Murciego: La normalidad de siempre

Muchos fantaseamos con que el tenis estaba a orillas de una revolución total. La desconexión producida durante seis meses debido al coronavirus se suponía que debía igualar las fuerzas dentro de un vestuario dominado sin piedad por sus veteranos. Concretamente, los tres más célebres: Novak Djokovic, Rafael Nadal y Roger Federer. Una dinámica que perdura durante décadas y que, insisto, corría el riesgo de agotarse a la vuelta de este interminable recreo. Además, las circunstancias nos dejaban sin el español y el suizo en esta primera toma de contacto con la nueva normalidad, por lo que el serbio se quedaba solo en el tatami como único representante de la vieja guardia. Ahora o nunca, se dirían los jóvenes. Seis días después, con Djokovic levantando el 80.º título de su carrera, nos ha quedado claro que el relevo sigue a la misma distancia que siempre. Todo había sido un sueño, como en Los Serrano.

Dominic Thiem, cuando más se esperaba de él. Stefanos Tsitsipas volviéndose terrenal en el momento clave. Alexander Zverev dejando escapar un partido que prácticamente tenía ganado. La NextGen siendo la NextGen. Novak Djokovic ganando partidos lesionado, enfermo y obligado a remontar ante rivales que están en mejor estado que él. Milos Raonic, en su semana de resurrección, totalmente atrapado cada vez que se pone a tiro de su primer Masters 1000. Sinceramente, no hacía falta un parón de seis meses para recordarnos que la vida sigue igual, que todo está justamente donde se dejó. Las mismas caras, las mismas sorpresas, las mismas frustraciones, las mismas limitaciones y el mismo campeón. Otra vez Novak Djokovic. Que no se me malinterprete, aunque mi discurso no sea el más alegre, pero si algo motivaba al aficionado al tenis en este regreso del circuito era el hecho de encender la televisión y sumergirse en un imprevisto tras otro. De hecho, lo más difícil era que todo siguiera como siempre. No se fíen de este 2020, siempre se guarda la jugada más surrealista.

De todos los debates abiertos durante la cuarentena, el más solicitado fue aquel que se preguntaba a quién le perjudica más este parón. Podía tomarse desde varias perspectivas. La edad parecía ser la que más preocupaba a la gente, situando a los veteranos como los grandes damnificados por robarles medio año del tramo final de sus carreras. Se hablaba también del momento de forma, apuntando a aquellos que venían ganando partidos durante enero y febrero, obligados a detenerse y a guardar su timing en un cajón. Incluso alguno hubo que lo relacionó más con la mentalidad y la motivación, comparando este semestre como una trampa psicológica para aquellos que no supieran adaptarse a la situación y pagaran el curso de la inactividad y la relajación. A todo esto, la pandemia también suponía una amenaza para la salud, aunque el ser humano nunca piensa que le vaya a tocar a él. Pues bien, a Djokovic le tocaron todas las cartas. Le pilló a los 32 años, siendo número uno del mundo, con un parcial de 18-0 esta temporada y destruido moralmente tras los episodios del Adria Tour. Meses después, Nole tiene 33 años, sigue invicto (23-0), ha superado la COVID-19, las críticas de todo el mundo y se ha convertido en el primer jugador de la historia en ganar todos los Masters 1000 en más de una ocasión. No se puede torear mejor el temporal.

Con todo esto, mañana arranca el Grand Slam más extraño de los que se recuerdan. Un US Open que seguirá presumiendo de ser el único Grand Slam que nunca se canceló en sus 140 años de historia, aunque en esta edición no haya conseguido convocar a toda la lista de invitados. Faltarán apellidos ilustres como Nadal, Federer, Wawrinka, Monfils, Tsonga, Del Potro, Nishikori, Verdasco. Fognini o Kyrgios. Algunos por lesión, otros por precaución. Quien sí estará es Novak Djokovic, el interminable. Partirá desde la pole con el objetivo de sumar una nueva conquista, de seguir recortando diferencias históricas, de estirar su racha de victorias un torneo más y de convencer al mundo entero de que su error en el Adria Tour merece una redención. Por si faltaba algo, lleva ya una semana compitiendo en Flushing Meadows, allanando el camino de lo que podría ser una proeza aún mayor. Tal es la fluidez con la que se desenvuelve el balcánico que, en mitad de esta vorágine, incluso le da tiempo para fundar una nueva asociación de jugadores que ponga de manifiesto el poder del vestuario. Una asociación que tanto Federer como Nadal han rechazado públicamente. Es lo que ocurre cuando tienes un rival, que no te gusta ni su manera de caminar.

Un cuadro muy florido al que nos falta por añadir la ausencia de público, la burbuja de Nueva York, la limitación del ocio, los test de COVID-19 cada dos días, la reducción de los equipos de trabajo, la distancia de seguridad obligatoria, el uso de mascarillas y ese terror añadido al pensar que un positivo pueda tumbar todo el tinglado en cualquier momento. Serán claves los protocolos y la responsabilidad de cada uno para dejar que el tenis siga siendo el protagonista en esta función. Respecto al ámbito deportivo, ¿veremos a Djokovic levantando su 18.º Grand Slam? Es lo que todos piensan, llega como gran favorito y cuenta con la experiencia para escapar de los apuros que se le planteen a lo largo de estos quince días. Pero cuidado, no lo demos por hecho todavía, no vaya a ser que 2020 se entere y nos invite por fin a descubrir esa nueva normalidad.