Deportes populares
Todos los deportes
Mostrar todo
Opinion
Fútbol

Blog Uría: ...Y con el 10 a la espalda, Dios

Rubén Uría

Actualizado 24/04/2017 a las 19:26 GMT+2

No compite contra nadie porque nadie puede competir con él. Le pueden dar cien Balones y Botas de Oro al prójimo, no importa. Lo suyo está fuera de concurso.

Leo Messi mostrando su camiseta tras resolver el Clásico

Fuente de la imagen: EFE

Puedes ganarle al Barça. A Lionel Messi, no. El Barça es grandioso. El Madrid, también. Messi es otra cosa. Trasciende a cualquier camiseta, color, bufanda o paladar. Es universal. Si hubiese vestido de blanco, el Bernabéu le habría ovacionado de por vida. Vistiendo de azulgrana, tuvo que rendirse a la evidencia: primero le sufrió y después, en el último instante, se resignó a su imperio. A una ley no escrita: no había ganado el Barça, ni había perdido el Madrid. Había ganado Messi. El diez se empeñó en ser todo lo que su equipo necesitaba que fuera. Si requería pausa, él bajaba a armar la jugada. Si el Barça perdía aire, se acostaba en un flanco para desoxigenar. Si el Madrid apretaba, allí estaba él para acelerar y salir ileso de una emboscada de piernas. Si el marcador no sonreía, hacía suya la ambición del equipo, hacía de calesitero y engrasaba la máquina. Y cuando el Madrid, resucitado, aferrado a su gen competitivo empataba, aparecía el de siempre, para liquidar el pleito. Messi fue Sergi Roberto en banda, Iniesta por dentro, Busquets por delante de la defensa, Alcácer en el área, Suárez para fajarse y también tuvo mucho de Piqué para liderar hasta el final. Fue todos los jugadores que quiso. Fue el violín, el tambor y la trompeta. Fue la orquesta entera. Dicen que no hay ningún jugador mejor que todo un equipo. Uno lleva toda la vida creyendo eso, pero con Messi ahí, la duda es más que razonable.
Su premio llegó después de un partido de camisa de fuerza, sin dueño y con dos porteros inspirados, en el último aliento del último instante, frente al Madrid, para silenciar todo un estadio que festejaba una posible Liga, volviendo a dejar su tarjeta de visita. No es nuevo. Nadie ha azotado y zarandeado al Madrid como Messi. Nada más vacunar, un terremoto 7,5 en la escala de Lio sacudió los cimientos del Bernabéu. Su festejo, autoritario y reivindicativo, aquí estoy yo, consistió en quitarse la camiseta, enseñar su número al público y celebrar un magnífico día de caza. Mitos, ritos y símbolos. Así es el fútbol. Y así es Messi. Mientras blancos y azulgranas intercambiaban mano por mano en el centro del ring, Messi profanó el Bernabéu con contundencia y grandeza. Lo hizo asistiendo, marcando, presionando, haciendo coberturas, sembrando el pánico en cada regate, levantándose más fuerte después de cada patada y anotando goles. Todo se ha dicho ya sobre un tipo que ha conseguido que el fútbol sea un arte. Uno puede ser de otro equipo y sufrirle, pero no puede apartar la vista de él. Uno puede no ser del Barça y admirarle con devoción. Y si uno es del Barça, sólo puede rendirle pleitesía, porque nadie hará jamás por el Barça lo que este pequeño gran hombre hace por él. No compite contra nadie porque nadie puede competir con él. Le pueden dar cien Balones y Botas de Oro al prójimo, no importa. Lo suyo está fuera de concurso. Es poesía, barrio y regreso a la infancia. Definirle es imposible, negarle es patético y disfrutarle es obligado. Es único.
Maradona, Pelé, Garrincha, Di Stéfano, Puskas, Cruyff o Beckenbauer. Los más grandes llevaban la pelota cosida a la bota. Messi no. Él la lleva dentro del pie. Forma parte de su cuerpo. Es una extensión de su pierna izquierda. Y no hay defensa, patada a destiempo o codo capaz de frenarle. Si la velocidad es el espacio partido por tiempo, Messi reformula la genialidad desde su centro de gravedad y su zurda atómica, multiplicando velocidad, tiempo y espacio. Quiebra en un sello postal, enhebra un pase por el ojo de una aguja, conduce de manera supersónica y coloca la pelota en el ángulo que elige. Es principio y fin de cada jugada. Parte y juez de cada partido.Si el Barça vuela, Messi levita. Si el Barça palidece, Messi resuelve. Puedes ganarle al Barça, pero no puedes ganarle a Messi. Su magia está más allá de una Liga, de una Champions o de una Copa. Va más allá de un Mundial o de jugar en una selección. Trasciende a todo eso. También a ganar o perder. Messi es el fútbol. Cuentan los libros de historia del deporte que, hace 30 años, Michael Jordan anotó 63 puntos a los Boston Celtics en una exhibición apoteósica jamás vista en baloncesto. Larry Bird, raza blanca, tirador, fue explícito para definir lo que sus ojos habían visto: “Creo que esta noche, Dios se ha disfrazado de jugador de baloncesto”. Nadie que ame el fútbol y haya presenciado el partido de hoy en el Bernabéu, sea del equipo que sea, podría negar que, esta noche, Dios se disfrazó de jugador del Barça. Su zurda de seda y sus goles cósmicos, como los designios de Dios, son inescrutables.
Rubén Uría / Eurosport
Únete a Más de 3 millones de usuarios en la app
Mantente al día con las últimas noticias, resultados y deportes en directo
Descargar
Temas relacionados
Compartir este artículo
Anuncio
Anuncio