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Blog Uría: Bolígrafos, pines y bolsas de plástico

Rubén Uría

Actualizado 28/02/2017 a las 15:57 GMT+1

El escenario invita a echar porquería gratis sobre otros, sin pruebas. Eso el fútbol no se lo puede permitir. Y si se lo permite, será el principio de su fin.

Villarreal-Real Madrid

Fuente de la imagen: AFP

Nada más acabar el controvertido partido en el estadio de La Cerámica, Fernando Roig, presidente del Villarreal, tuvo a bien apagar el fuego con gasolina en los micrófonos de la Cope. Roig, un veterano de Vietnam en el fútbol profesional, dejó caer que Gil Manzano había salido de vestuarios con varias bolsas del Real Madrid,con diferentes obsequios del cuadro blanco. Como si Roig no supiese que esa práctica suele ser habitual entre los clubes. Como si su club, en alguna ocasión, no hubiese obsequiado con algún detalle de cortesía al árbitro. Roig puso el grito en el cielo, denunció una práctica que consideraba desagradable y dio pie a sospechar del árbitro. Por el mismo precio, logró que media profesión periodística se preguntase qué clubes regalan bolsas con banderines, pines o camisetas a los árbitros, tanto dentro como fuera de casa. Como si un colegiado profesional, que gana un sueldo anual bastante jugoso, pudiese pitar un penalti o un fuera de juego dependiendo de la cantidad de bolígrafos y pines que le regale un club. Como si la honestidad del colegiado estuviese en venta o como si el signo de un partido dependiese de la cantidad de dádivas que se recibiesen por parte de uno y otro club. De ser así, la mitad de los equipos de Primera División deberían destinar una fortuna a estos menesteres.
La realidad es que obsequiar a los colegiados con una bolsa con bolígrafos, pines y demás no es ningún delito, pero es una práctica que, lejos de sumar, resta. Entre otras cosas porque los árbitros, que siempre están en el ojo del huracán por H o por B, deberían ser los primeros en negarse a recibir cualquier tipo de dádiva, para liquidar cualquier intento de sospecha o de menoscabo. Entre otras cosas, porque la mujer del César, además de ser honrada, debe parecerlo. ¿Es delito que los clubes regalen material propio a los árbitros? No. Pero ¿es admisible que los jueces de la contienda los acepten sistemáticamente? Pues menos todavía. Si no los aceptan, se zanja cualquier maledicencia. Bastante dinero ganan ya los árbitros como para tener que coleccionar dos bolis y tres pines. Está en juego su credibilidad y su reputación. De eso debería ocuparse el Comité Técnico de Árbitros. De eso y de que mejore el nivel arbitral en la competición, y no tanto por los tuits de Piqué en las redes sociales. Al grano: en la NBA, por ejemplo, está prohibido cualquier tipo de contacto entre los jugadores y los árbitros, así como cualquier tipo de prebendas, regalos, obsequios – sean caros o no-, al punto de que tampoco está bien visto que colegiados y deportistas se hagan fotos juntos. El objetivo es simple: evitar cualquier tipo de maledicencia, sospecha o suspicacia.
De Gil Manzano, en teoría un buen árbitro, todo dicho. Tuvo una actuación deplorable, lleva una temporada trufada de errores mayúsculos y lejos de estar fuera durante un tiempo, volverá a pitar un partido de máxima trascendencia. Ante el error, contumacia en el mismo. Así va esto. Dicho lo cual, de Fernando Roig, extraordinario gestor, habría que decir mucho más. Su intento de manchar la imagen del árbitro y de ensuciar la del Madrid no debería quedar impune. Nadie escuchó a Roig decir que el árbitro salía del estadio con bolsas de plástico cargadas de regalos del otro equipo cuando el colegiado de turno se tragó un penalti escandaloso a favor del Málaga en El Madrigal hace unas jornadas. Una jugada que habría puesto al Málaga con 0-2 y le habría dado, con seguridad, los tres puntos. Entonces Roig calló. Sencillamente, porque le habían beneficiado. Así funciona el tinglado: si me dan, callo; si me quitan, a ensuciar la imagen del prójimo.
No es nuevo que nuestro fútbol no es un canto a la elegancia. Es un negocio que mueve muchos millones de euros y en el que cada quien defiende lo suyo, tenga o no razón. Lo peor es que hemos instalado tal clima de sospecha y conspiración en nuestro fútbol que cualquiera puede decir lo que le de la real gana, sin pruebas, y sin que haya consecuencias. El gran protagonista, el juego, es el gran olvidado. Y lo que debería ser una anécdota, la polémica, se ha elevado a categoría. Unos se quejan por sistema. Otros según les va el partido. Otros no asumen un error en la vida. Otros señalan a los demás para no asumir su responsabilidad. Y por haber, hay hasta quien deforma realidades o rediseña el trazado de líneas paralelas, a conveniencia del negocio. Así nos va. El fútbol es de la gente. Pertenece a los aficionados. Y tras episodios tan lamentables, la gente tiene cada vez más claro que la credibilidad del negocio está bajo cero, porque el escenario invita a echar porquería gratis sobre otros, sin pruebas. Eso el fútbol no se lo puede permitir. Y si se lo permite, será el principio de su fin. La limpieza del fútbol no puede caber en ninguna bolsa de plástico.
Rubén Uría / Eurosport
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