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Blog Uría: Valores sin cartón piedra

Rubén Uría

Actualizado 14/08/2017 a las 20:01 GMT+2

Primer partido oficial y primera crisis para el socio culé, deprimido. El Barça necesita trabajo, humilldad y unidad. Valores de verdad, no de cartón piedra

Piqué se marca en propia en el Barcelona-Real Madrid

Fuente de la imagen: Getty Images

"Caballeros, cuando la porquería se desparrama, unos corren y otros se quedan”. La frase de Al Pacino en 'Esencia de Mujer' retumba en el Barça. Cuando la pelota entraba, todo era maravilloso, el modelo, el estilo y La Masia. Disney en azul y grana. Aquel fútbol de seda, que consistía en fabricar Balones de Oro en vez de comprarlos, tapaba cualquier voz crítica, hedor a cloaca y mala gestión de despacho. El juego era la categoría y la gestión, la anécdota. Hoy, después del primer partido oficial de la temporada (el primero), después de que la pelotita no haya entrado, el personal reclama que el club ya no fabrica Balones de Oro, sino que los compra, se oyen multitud de críticas y la casa que se construyó, con mucho esfuerzo, se empieza a derribar a martillazos. Ahora, la gestión es la categoría y el juego del equipo, la anécdota.
Si el fútbol no fuese inescrutable, cabría reducirlo a un principio físico: todo lo que sube, baja. Y los pies del Barça, que rebasaron el cielo, ahora tocan suelo. Ley de vida para unos, ineptitud para otros. En realidad, el peligro siempre ha sido el mismo: morir de éxito. Han sido tantas las alabanzas merecidas sobre el fútbol del equipo, que el culé, al calor de esas gestas, ha caído en la trampa: se ha vuelto pluscuamperfecto y se ha arrogado una superioridad moral infumable, presumiendo de valores en vez de seguir demostrándolos. En la victoria, el desgaste de una generación brillante, la falta de evolución, la eterna de poderes y la ponzoña del entorno siempre estuvo ahí. Entonces ¿qué ha cambiado? ¿Cómo se ha pasado del halago sin límites al palo indiscriminado y la sospecha? Fácil, los resultados. Nada está mal si se gana, todo es una auténtica calamidad si se pierde. Cruyff y Guardiola enseñaron que si en el fútbol importa ganar, es fundamental gustar. Ahora bien, ni Johan ni Pep vivían ajenos a la realidad. En el Barça importa gustar, pero lo más importante es ganar. Y cuando no lo haces, todo es un incendio.
Si hablamos de juego, el brillo del Barça, primero con el adiós de Xavi y ahora que la llama de Iniesta se apaga, ha ido decreciendo. Hace un par de años que se escuchan voces críticas, guardianes de la esencia, pero el peso del triplete puso sordina a toda reflexión o debate. Con tres copas en el bolsillo, es más cómodo presumir que escuchar. La irrupción volcánica del Madrid, agravada por la fuga surrealista de Neymar, el fichaje de Paulinho, las formas con Samper y los mil y un episodios que han sucedido o estarán por suceder, han dejado herido al Barça. Entre la inestimable aportación al despropósito de los regentes y la inacción del equipo en los momentos clave, la atmósfera es irrespirable. En apenas dos años, el Barça ha pasado de triturar al Madrid con continuidad, a verse a su rebufo. En resultados y juego. De ahí el incendio. Y de ahí que el modelo, aquella sagrada escritura que algunos defendieron y otros ignoraron cuando se ganaba, ya no es un ideario, sino un arma arrojadiza. Johan ya dijo mil veces que su despacho era el balón. Messi, que se pasa el día en el despacho de Johan, merece mucho más.
En el juego de las culpas, unos tienen cuello para girarlo al palco y otros, para echar un vistazo al campo. Cada quien elige su opción. Eso sí, el orden de los factores no altera el producto: cuando la porquería se desparrama, unos corren y otros huyen. Es posible que el Barça haya entrado en proceso de autodestrucción. Es factible que todo tenga nombres y apellidos. Pero para sacar la pata de donde la ha metido, la receta es casera y sencilla: trabajo, humildad y unidad. Trabajo, para mejorar su juego. Humildad, para reconocer que el primer paso para volver a ser el mejor es reconocer que ya no lo eres y rebelarte contra ello. Y unidad para, cuando la porquería se desparrama, decidir si uno quiere correr o quedarse. No se trata de la unidad del club, sino de la unidad del Barça. Las instituciones están por encima de las personas, correcto, pero las personas son las que, con sus acciones, engrandecen o destrozan las instituciones. Si los socios desean un cambio, podrán expresarlo en las urnas. Hasta entonces, después del primer partido oficial de una temporada que acaba en mayo, el Barça tiene dos caminos: persistir en batir el récord del mundo de torpezas o apelar a lo que necesita de verdad: trabajo, humildad y unidad. Valores de verdad, no de cartón piedra.
Rubén Uría / Eurosport
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