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París-Roubaix: Arenberg, un viaje al corazón del Infierno del Norte

Laurent Vergne

Actualizado 09/04/2019 a las 14:05 GMT+2

París-Roubaix. El Infierno del Norte. Sus adoquines. Sus sufrimientos. En medio de este viaje infernal, un recorrido de dos kilómetros y medio sobre adoquines y árboles que imponen, donde el peligro y la superación alcanzan niveles inigualables. Esto es la Trouée (Bosque) d'Arenberg o la Tranchée, como desee. Un tramo descomunal de pavé, intrigante y fascinante.

La trouée d'Arenberg, un enfer dans l'enfer

Fuente de la imagen: Eurosport

"Esta carrera es una estupidez. Te esfuerzas como un animal, sin ni siquiera tiempo para orinar y tienes que orinarte encima. Terminas cubierto de fango, es una mierda". En aquel 14 de abril de 1985, Theo De Rooij, como tantos otros, se vio obligado a abandonar la París-Roubaix.
Agotado, cubierto de polvo y con el cuerpo dolorido, al holandés se le fundieron los plomos y profirió esta virulenta diatriba contra esta prueba que incluso un niño como Steffen Wesemann, que sin embargo inscribió su nombre en el palmarés, la calificó un día como "anormal". Pero cuando un poco más tarde se le preguntó si rectificaría sus palabras, De Rooij dio esta maravillosa respuesta: "Sí, es la carrera más bella del mundo".
El corredor bátavo lo dijo todo sobre la Reina de las clásicas. Esta curiosa atracción y rechazo forjan el ADN de la "Pascale". La razón de ser del ciclismo es, en primer lugar, la facultad para superar los propios límites y el umbral de tolerancia al dolor. Ningún otro evento en el mundo permite afrontar mejor este reto que la París-Roubaix, que podemos situar entre el valor y la locura.
Y a lo largo de este trazado fuera de lo normal, este reto nunca ha sido tan difícil como los 2400 metros de la Trouée d'Arenberg (el Bosque de Arenberg, en su traducción al español). En menos de medio siglo, este lugar fascinante en muchos aspectos se ha convertido en el tramo adoquinado más temido y, además, es la encarnación misma del espíritu de la París-Roubaix. Esta es su historia, en todas sus facetas, que le invitamos a conocer. Atención, el infierno está ante ustedes, por eso esta carrera también fue bautizada como: ‘El Infierno del Norte’.
Paris-Roubaix 2006 : Tom Boonen, maillot de champion du monde sur le dos, à l'attaque dans la Trouée d'Arenberg, avec George Hincapie à ses côtés.

1 - El origen de un mito

John Loudon McAdam no conoció la París-Roubaix. Pero casi la mata. Nacido en 1756 y muerto 80 años más tarde en los albores de la revolución industrial, el ingeniero escocés cambió la naturaleza del transporte por carretera en el siglo XIX. Su invento permitió una mejora considerable de la calidad de la red de carreteras. Mister McAdam se convirtió en un nombre común y el macadán (carreteras construidas en grava prensada) tiene su origen en él. Pero es a causa de su brillante invento que una de las carreras de ciclismo más famosas del mundo se vio amenazada desde su misma existencia, 130 años después de su muerte.
El macadán es el enemigo jurado del adoquinado. En la década de 1960, con el crecimiento exponencial del coche, las autoridades, tanto gubernamentales como municipales, querían renovarla a toda costa. Las carreteras adoquinadas, arcaicas, desaparecieron poco a poco. El macadán es el rey. Para la línea costera, una ganga. Para la París-Roubaix, un veneno mortal. El nivel máximo de peligro llega en 1965. De los 265,5 kilómetros de la carrera, sólo 22 siguen adoquinados. Es la naturaleza misma de la prueba la que estaba siendo atacada.
Dos años después, Jan Janssen se impuso en Roubaix al esprint a un grupo de más de quince corredores. La selección entre los mejores no pudo producirse por falta de suficientes dificultades en el trazado. Para Jacques Goddet, director de la prueba, la gota colmó el vaso. "Goddet explotó, explica Pascal Sergent. Este norteño, histórico del ciclismo, conocía como la palma de la mano la París-Roubaix, a la que dedicó muchos artículos y literatura. "Fue un esprint impresionante, pero no podía imaginar que una carrera como esta pudiera resolverse al esprint, añade. Por ello, pidió a Albert Bouvet encontrar nuevos tramos adoquinados, incluso aunque supusiera un cambio completo de la ruta".
Es aquí cuando entra en escena Jean Stablinski. Gran figura del ciclismo francés, ganador de La Vuelta en 1958 y campeón del mundo en 1962, el antiguo capitán de ruta de Jacques Anquetil es natural de la región. Nació, creció y vivió siempre en el Norte. A petición de Bouvet debía encontrar nuevos tramos adoquinados sobre todo en la parte al norte de Valenciennes; Stablinski pensó inmediatamente en Wallers-Arenberg.
Pascal Sergent cuenta: "Jean dijo a Albert, oye, conozco un tramo adoquinado, pero no sé si podemos pasar. Se encuentra en el bosque, al lado de unas minas." Si Stablinski conocía bien el lugar es porque trabajó en la mina de Bellaing, situada a unos cientos de metros de distancia, antes de iniciar su carrera ciclística. Aquí es donde Claude Berri había filmado en los años 90 "Germinal". Un puente minero que atraviesa la Trouée d'Arenberg. Hasta 1989, fecha del cierre de la mina, será tomado prestado para llevar escombros a las escombreras. Este puente, es el que podemos ver poco después de la entrada en el tramo. "Debo ser el único corredor que ha pasado por encima y por debajo", bromeaba a menudo "Stab".
La mine, les pavés.... L'histoire locale pèse dans l'aura unique de la Trouée d'Arenberg.
Hasta enero de 1968, se realizaron reconocimientos. Faltaba obtener la aprobación del patrocinador del evento, Jacques Goddet. Una tarea nada fácil. "Jacques se horrorizó, me lo dijo un día, recuerda Pascal Sergent. La primera vez que se desplazaron al lugar, dijo 'no, no podemos hacer que los corredores pasen por aquí". Demasiado duro. Demasiado peligroso. Demasiado de todo. "Se produjo un gran debate entre Jean, Albert y Jacques Goddet. Con el poder de la persuasión, Goddet terminó por aceptar organizar una prueba".
Pero el emblemático director del Tour de Francia y de L'Equipe no estaba muy convencido. Arenberg, sin haber nacido, ya estaba condenado. "Si hubiera habido un accidente en 1968 como el de Museeuw o Gaumont, la Trouée habría desaparecido del recorrido al año siguiente", asegura Sergent.
¿Qué es lo que le dio un lugar en la leyenda? Una intuición, la de Jean Stablinski, la perseverancia, la de Albert Bouvet y un poco de suerte. Todo transcurrió bastante bien durante esa edición de 1968, lo que hizo que Goddet dejara sus reservas a un lado. "Habría que rendir verdaderamente homenaje a Jean y Albert, resalta Gilbert Duclos-Lassalle, una de las leyendas de Roubaix. Jean fue un defensor de la París-Roubaix, sabía que hacía falta tramos duros. Porque esta carrera no se imaginaba de otra manera, si no fuera por una dificultad extrema. Se denomina el Infierno del Norte, tal cual".
¿CUÁL ES SU (VERDADERO) NOMBRE, ARENBERG?
¿Arenberg? ¿Wallers? ¿Trouée? ¿Tranchée? ¿Cómo se llama esta clásica del ciclismo? Su nombre oficial, tal como se indica en los mapas es la Drève des Boules de Hérin. Una "drève" es una línea recta transitable bordeada por árboles. "¿Cómo se llamaba en 1968? No la llamábamos de ninguna manera, sonríe Pascal Sergent. Fueron los periodistas que hicieron evolucionar el término a lo largo de los años". El nombre no ha conseguido hacerlo famoso. Es todo lo contrario. El término Trouée, que se indica hoy en la carrera, apareció en los años 70. Para otros, es la Tranchée, sobrenombre tan evocador. "Lo llamo de cualquier modo, para mí, es Wallers. Es Arenberg", interrumpe Gilbert Duclos-Lassalle.
La contribución de Jean Stablinski fue considerable. En 2008, un año después de su muerte, se inauguró un monumento en su memoria. Se erigió a la entrada de la Trouée d'Arenberg, a la izquierda de la carretera. ¿La Trouée salvó la París-Roubaix? En cualquier caso, ha aportado al trazado una indispensable dimensión épica. "En 1968, se produjo realmente, con Arenberg, la transformación completa de la carretera, algo similar al que conocemos hoy en día, con la excepción de la salida (NOTA: trasladada de Chantilly a Compiègne en 1976)", indica Pascal Sergent. El nacimiento de la París-Roubaix moderna. 1968 fue el año de las revoluciones. En los adoquinados de Arenberg, la gloria volvió a la París-Roubaix...
8 avril 2008 : à l'entrée sud de la Trouée de Wallers-Arenberg, la stèle hommage à Jena Stablinski était inauguré. Sans lui, il n'y aurait jamais eu de Trouée d'Arenberg...

2 - Carisma único y adoquinados en descomposición: Arenberg o la catedral de Roubaix

La Trouée d'Arenberg sigue siendo bastante paradójica. El domingo, será la 40ª vez que se pase por allí en la 115ª edición de la París-Roubaix. Por el número de veces, no podemos decir que tenga un gran peso histórico. No obstante, se convirtió en poco tiempo en el emblema de esta legendaria carrera.
En realidad, la Trouée en cierto modo es a la Roubaix como el Alpe d'Huez es al Tour de Francia. L'Alpe se subió por primera vez en 1952, antes de pasar al olvido durante otro cuarto de siglo. No fue hasta mediados de los años 70 que se instauró definitivamente. Hoy en día, sus 21 curvas están fuertemente arraigadas en la imagen del Tour. Con el Ventoux y los puertos históricos como el Tourmalet o el Galibier, l'Alpe d'Huez es ciertamente la cima más célebre del Tour.
Igual sucede con Arenberg. Muy joven, pero totalmente necesario. Si pregunta en Francia o en cualquier otro lugar a los amantes de la París-Roubaix que nombren de forma espontánea uno de los tramos adoquinados de la carrera, la Trouée se lleva la palma. Arenberg, es en cierto modo como los niños. Estamos bien sin ellos, pero el día que aparecen, nos preguntamos cómo hemos podido vivir sin ellos.
Thierry Gouvenou dans la Trouée d'Arenberg, en 2002.
Si la Trouée se ha impuesto de forma rápida y de forma inapelable, es por unas buenas razones. Geográficas, históricas y ...deportivas. Un trío que ha hecho decir a Thierry Gouvenou, ganador en aficionados y séptimo en 2002 entre los "grandes" y ahora director de la carrera en ASO: "Como Arenberg, no hay nada igual".
Por antropomorfismo, se podría decir que la Trouée d'Arenberg tiene carisma, personalidad. Su alma, primero se basa en la historia local. "Estamos cerca de un emplazamiento minero", recuerda Gouvenou. Es cualquier cosa menos anodino. La identidad de la París-Roubaix coincide con la de los mineros, entre el orgullo y el sufrimiento. "La París-Roubaix no se hace sin sufrir, precisa Gilbert Duclos-Lassalle. La gente del norte te aprecia porque tienen la impresión de que eres un poco como ellos, chicos de la mina".
Después, la naturaleza ha echado a perder Arenberg. Este tramo es diferente de cualquiera de los otros treinta recorridos. Su aspecto es y su fuerza son únicos. François Doulcier es el presidente de la asociación de amigos de la París-Roubaix. Creada hace 40 años para garantizar la conservación de los adoquinados en peligro de desaparición por el macadán, ahora trabaja por el mantenimiento de los adoquinados y la mejora de este patrimonio.
Para él, la Trouée posee un encanto incomparable. "Es un lugar magnífico, majestuoso, afirma. Da la impresión de estar en una catedral. Aunque fuera de macadán, impresionaría". "La configuración del lugar es increíble, confirma Pascal Sergent. Una línea recta muy larga bordeada por árboles. Es un lugar muy especial. El sitio por su naturaleza es impresionante. Y cuando vemos a los corredores pasar a gran velocidad, es aún más".
Bosque de Arenberg
En primer lugar es el impacto visual del lugar que te atrapa. Pero Arenberg llegó a la París-Roubaix con la televisión. Un aliado formidable. Las cámaras dieron todo su potencial a este teatro natural poco común. La situación realmente cambia en los años 80. Hasta entonces, la Trouée d'Arenberg estaba lejos de disfrutar la gloria de la que pronto disfrutaría. Introducido en 1968, fue retirado del recorrido de 1974 a 1983, antes de volver a quedarse y para siempre. Gracias especialmente a la televisión.
"Hay una anécdota que ha hecho mucho por la reputación del lugar, explica también Pascal Sergent. En 1984, Alain Bondue y Gregor Braun (compañeros de equipo en La Redoute) llegaron juntos en primer lugar a Wallers-Arenberg. Fue la primera vez que vimos la llegada en directo en la televisión. Era un equipo del norte, había público, Bondue había nacido en Roubaix y cumplía ese día los 25 años. Esto marcó el espíritu y se habló mucho de la carrera en Arenberg." Bondue, después de una loca carrera, terminó en el podio y Braun entró en quinto lugar. Pero llevaron a Arenberg a los hogares.
Por tanto, la etapa de Arenberg es un evento deportivo y mediático en sí mismo. Hasta el punto de que una París-Roubaix sin la transmisión en directo del paso por el Bosque nos parece inconcebible. Alrededor de las 14:00 h-14:30 h, se pone en marcha la transmisión de la carrera con un debate que, en sí proporciona a la carrera otra dimensión.
Pero Arenberg no es solo un puro espectáculo por extravagante que sea. Si esta travesía capta la atención hasta ese punto, lo hace también por ser un reto deportivo. ¿Por qué es tan temido por el pelotón, si no es definitivo ni es el tramo más largo? Por una simple razón: la morfología de los adoquines hacen que el recorrido sea el más duro. "Es un adoquinado de categoría especial", afirma Gouvenou en referencia a la clasificación de los grandes puertos de montaña. Majestuoso en su bóveda frondosa, la catedral de Arenberg es un terreno mucho más rústico. Dicen, que está verdaderamente descompuesto y eso es lo que le da su fuerza.
"Objetivamente, describe François Doulcier, es el tramo con el peor adoquinado". Y completamente convencido, tal y como explica:
  • 1. El perfil: "La superficie de rodadura no es plana, es irregular y está abombada. Los adoquines están mal tallados. El término técnico exacto es abujardado. Cuando se fabricaron los adoquines, según la calidad de corte deseada, se cortaba más o menos la banda de rodadura. Esta, tiene el corte más irregular que pueda existir".
  • 2. El grosor de las juntas: "Arenberg, es uno de los tramos de la carrera donde el grosor de las juntas entre filas de adoquines es el más grande. Cuanto más gruesas son las juntas, más resalta el efecto del borde. Si los adoquines están muy juntos, es más liso. Aquí, las juntas son más anchas y acentúan el efecto de borde".
  • 3. La colocación: "Además de estar deformados, están mal colocados. Independientemente del grosor de las juntas, cuando comparamos una fila de adoquines con otra, existe como mínimo una diferencia de 1 o 1,5 cm. Es en cierta medida como subir una micro-acera".
Por todas estas razones, en la Trouée d'Arenberg, no hay una trayectoria preferible. Los corredores se ven frenados en su ascensión, como si fuera por en parte por la gravedad. No sorprende pues que algunos, ante su impacto en la carrera y bajo el peso de este mito tan bien fraguado, se enfrenten a Arenberg como quizás a ningún otro lugar importante del ciclismo. Entre emoción, presión y miedo.
La Trouée, desde su inicio a su salida, condensa en unos cientos de metros los dos principales elementos del ciclismo: el valor y el peligro. El corredor, solo consigo mismo, se enfrenta al famoso lema de Napoleón que define su visión de la batalla: "A por ello, y luego ya veremos".

3 - La travesía: La guerra y el infierno

"No podemos entender lo que es Arenberg sin haber corrido la París-Roubaix. Es imposible describirlo. Allí, estamos realmente en el Infierno del Norte". Filippo Pozzato tiene razón. No hay palabras para expresar la experiencia de la Trouée d'Arenberg. Una forma de decir que el desafío planteado tiene algo único en el mundo del ciclismo. Para todos es revelador. Física y psicológicamente. No hay manera de engañar en Arenberg, ni con Arenberg.
"Si sales de la Trouée mal situado o bajo mínimos, sabemos que al final no te irá muy bien, plantea Gilbert Duclos-Lassalle. Una vez fuera, se sabe si puedes ganar o no. Si te ves obligado a ir en bloque, 30-40 km después, pasados 200 kilómetros hacia Cysoing, petas, seguro. Por el contrario si sales de la Trouée "fácil", sin sensación de desgaste, sabes que tienes opciones al final. Cada vez que tuve buenos resultados, ganador o segundo puesto, iba como un avión en Arenberg".
"Obviamente, existe el antes y el después de Arenberg, añade Thierry Gouvenou. Porque hasta que no franquees la Trouée, no tiene sentido pensar en lo siguiente. Una vez que sales de ella, y si sales indemne, puedes pensar en el resto de la carrera e incluso en la línea de meta. Antes, no tiene sentido".
La guerra del Bosque comienza en realidad... antes de la entrada a Arenberg. "Se rueda durante 40 kilómetros antes de Wallers", sonríe Duclos. La aproximación a este tramo hace que el pelotón pase por todos los estados. Al igual que antes de un sprint, cada uno busca una buena posición. La colocación, es la clave. "Claro está que esto es parecido durante toda la etapa, pero sin duda es un poco más antes de Arenberg", indica Frédéric Guesdon, último vencedor francés, hace justo veinte años.
Para ello, nada puede sustituir a la experiencia y al conocimiento del terreno. Gilbert Duclos-Lassalle, se refiere a las señales visuales para saber en qué momento había que colocarse. "Lo detectaba en reconocimientos que hacía de incognito, atestigua el corredor pirenaico. Por ejemplo, antes de Troisvilles (NOTA: el primer tramo adoquinado de la etapa), sabía que había dos depósitos de agua y que el último está a tres kilómetros del tramo. Este era el momento que había que moverse. Es exactamente igual en Arenberg. Normalmente pasaba sin flojear, sin caer, porque lo conocía, sabía cómo afrontarlo".
El problema es que no hay espacio para todos. "Antes, es la guerra, afirma Pozzato, delfín de Tom Boonen durante la edición de 2009. Un kilómetro antes de entrar en Arenberg se caldea el ambiente, ya que se acumula una gran tensión en el pelotón. Todo el mundo está nervioso, algunos corredores toman riesgos innecesarios". Y los buenos puestos salen caros. "No creo que haya que estar entre los tres primeros para atacar, si te sitúas entre los 15-20 primeros, está bien, continúa el transalpino. Pero aquellos que no tienen piernas suficientes siguen intentando seguir al frente y esto es también un problema".
"No creo que haya habido alguien que haya ganado la París-Roubaix saliendo de Arenberg en el puesto 60. Y eso, los líderes lo saben", recuerda Gouvenou. Bueno, a veces, sucede. A veces... no. Gilbert Duclos-Lassalle no ha olvidado su primera carrera en Arenberg. Para narrar esta anécdota que revela el estrés a la entrada de la Trouée, utiliza una metáfora alimentaria:
Fue en 1983. Recuerdo que queríamos entrar tres en cabeza en el tramo de Arenberg, Francesco Moser, Gregor Braun y yo. Yo me encontraba en el centro y pensé que era la loncha de jamón del sándwich. Finalmente, fue... Gregor Braun quién cayó. Pero nadie quería ceder.
La peligrosidad de la Trouée d'Arenberg no es una leyenda. Como resalta Gouvenou, "es raro no ver, en el mejor de los casos, algunos corredores por el suelo". Cuando hay caídas en el pelotón, la velocidad suele estar en torno a los 60 km/h, y como los primeros 700 metros son de falso llano, el ritmo disminuye tan solo moderadamente. La naturaleza del terreno se encarga al final de multiplicar la dificultad. "Está peraltado, con lo que los riesgos aumentan", precisa Pascal Sergent. "Al entrar en el Bosque, reanuda Pozzato, todo el mundo se esfuerza por encima del límite para terminar esta parte lo antes posible. Es muy, muy peligroso al principio. Después, es normal".
Está bien, está bien... Nadie está totalmente seguro en la Trouée. Era todavía peor antes de que aparecieran las vallas en los años 90. Hasta entonces, la Tranchée era sin duda más peligrosa que difícil, porque los corredores podían pasar por el borde de la carretera para evitar rodar sobre el adoquinado. Pero derivó en una verdadera anarquía y una proximidad con el público que aumentaba el riesgo de caídas. "Básicamente, corríamos al lado del adoquinado, se ríe Thierry Gouvenou. Quizás de los 2400 metros, hacíamos 400".
Hoy en día, es imposible evitar el adoquinado. Y ahí, sufren tanto los hombres como las máquinas. El corredor se transforma en piloto de Formula 1, obligado a conciliar la búsqueda del máximo rendimiento y la gestión del material. "El problema de Arenberg, afirma Thierry Gouvenou, es que no es suficiente atravesarla al máximo de tus posibilidades, sino que también hay que evitar la avería. Hay que administrar el esfuerzo para ahorrar un poco de material, porque lo vas a necesitar después".
La chute et le danger sont consubstantiels à Arenberg.
Si la experiencia, la energía y el talento desempeñan obviamente un papel importante, nadie controla todo en la Trouée. En estos 2400 metros, la suerte, buena o mala, también tiene su peso. La mala suerte puede resultar insalvable. Nadie gana nunca la París-Roubaix por un golpe de suerte, pero si la puede perder por un golpe de mala suerte. Aquí, más que en otro lugar. Gouvenou, añade: "Cuando los corredores llegan aquí, en parte 'lo dejan a la suerte'. Hay que tener éxito para escapar indemne".
El último elemento externo sobre el que nadie puede influir es la meteorología. Lo cambia todo. Según esté seco o lluvioso, el paso por Arenberg cambiará de cara. El sol será sinónimo de polvo, la lluvia de fango pegajoso. Estas son las dos caras de la misma moneda. Es una cuestión de "preferencia". Con unas comillas enormes.
"Son carreras muy diferentes, describe Duclos. En seco, uno debe ser una apisonadora, estar físicamente muy fuerte. Nunca quedarse en mínimos y tener siempre el mismo aspecto. La calzada húmeda, es más ágil, precisa un poco más de control de la bicicleta, esto es lo que marca la diferencia. Cuando está seco, a menudo, el viento es favorable o sopla de lado. Cuando llueve, la lluvia viene del oeste o del norte y el viento viene mucho más de cara".
Es incontestable que con tiempo lluvioso, la travesía de Arenberg adquiere un toque épico extra. "Tengo en mi cabeza el recuerdo de la foto de Wilfried Peeters, al principio de los años 2000. Tenía una máscara de barro. Era el hombre de barro. No se veía el maillot. Apenas se divisaba la cara. Esta imagen encarna la dificultad de la París-Roubaix en general y la de Arenberg en particular", afirma Pascal Sergent.
Wilfried Peeters in Arenberg

4 - Pequeñas molestias y grandes dramas de la Trouée

En 2018, la Trouée d'Arenberg celebrará su medio siglo en la París-Roubaix. Recordará también que veinte años antes, había sido el escenario de la escena más dramática y memorable de su historia. El 12 de abril de 1998, con condiciones climáticas casi apocalípticas, Johan Museeuw perdió todo en Wallers.
Víctima de una caída, el León de Gistel vio volar sus sueños de su segunda victoria, después de la de 1996. Estaba por tanto en la cima de su carrera. Antes de llegar a Compiègne, venía de firmar tres victorias en grandes pruebas, en el Grand Prix E3, en A Través de Flandes y sobre todo en el Tour de Flandes. Pero la Trouée no elige sus víctimas en función de su pedigrí. En su feroz crueldad, mete a todos en el mismo saco.
Johan Museeuw sin embargo había perdido mucho más que una simple carrera. Fue su pierna la que podría haberse quedado en Arenberg. En 2015, recordó con nuestros colegas de Le Monde este episodio dramático. : "Íbamos a 50 km por hora. Había un montón de mierda sobre los adoquines, me resbalé. Con toda la adrenalina, no sentí nada, quería continuar. Me puse de pie y miré mi rodilla. Estaba abierta completamente, veía el hueso. Y dije: 'Joder, ¿qué es esto?'"
Con una rodilla destrozada y en carne abierta, el flamenco discurría por un calvario de varios días. "El problema, continuaba Museeuw en Le Monde, es que me caí sobre mierda de caballo y se infectó". Los médicos tardaron ocho días en encontrar el antibiótico adecuado y renunciar a una solución tremendamente radical: la amputación. La historia terminó bien y el belga ganó dos veces más en el Velódromo de Roubaix, en 2000 y 2002. La prueba reina de las clásicas puede ser dura, pero también sabe rendirse ante aquellos que la respetan tanto.
Este episodio es sin duda el más llamativo de las historias de la París-Roubaix en el Bosque de Arenberg. Lo primero que viene a la mente cuando se piensa en Wallers. Sigue presente en el pelotón después de diecinueve años. "A menudo, pensaba en el accidente de Museeuw...", nos cuenta Filippo Pozzato.
Infografía de los grandes momentos del Bosque de Arenberg
Tres años más tarde, en 2001, con una meteorología igual de deplorable, Philippe Gaumont pagó también caro el precio de los adoquines fangosos de Arenberg. El francés se quedó en el suelo un tiempo, incrédulo y Ludo Dierckxsens tuvo que realizar un número de equilibrista para pasar por encima de él. Gaumont voló ese día. Se le tuvo que colocar un clavo de 40 centímetros en el fémur y tuvo que mantenerse alejado del ciclismo activo durante tres meses.
A pesar de estos recuerdos difíciles y sus peligros a veces dolorosos, el tramo de Wallers-Arenberg nació, sin embargo, con buena estrella. En su primera aparición en 1968, fue Roger Pingeon quien entró en solitario en la Trouée. El francés era entonces el ganador del Tour de Francia. Un pionero de prestigio. "Fue un bonito símbolo, subraya Pascal Sergent, tener al último maillot amarillo para "inaugurar" Arenberg. Fue quizás el signo de que se convertiría en un lugar de culto". Sobre todo porque, unas horas más tarde, la primera edición de la Trouée fue ganada a por Eddy Merckx, el cual llegó a ganarla tres veces.
Si nos viene a la mente todos los años la rótula de Museeuw, las consecuencias no son afortunadamente siempre tan duras para los malditos de Arenberg. Aunque deportivamente, las consecuencias son las mismas: el final de las ilusiones. Tantos campeones han visto sus ilusiones volar por una caída, sin consecuencias para su físico, pero fatal para sus aspiraciones. O incluso un simple pinchazo. Incluidos los más grandes. En 2011, Tom Boonen se quedó plantado de pie con su bicicleta en la mano durante varios minutos después de un pinchazo. Cuando pudo repararlo, todo había terminado.
En la mayoría de los casos, Wallers es inapelable. A pesar de la gran distancia hasta la meta, es raro recuperarse de una pérdida de tiempo significativa en estos 2400 metros. La más famosa excepción, probablemente se la debamos a Gilbert Duclos-Lassalle. En 1993, Gibus, defensor del título, corrió a los 38 años en busca de un fabuloso doblete. Un año antes, finalmente ganó la "Pascale", aunque la maldijo. Tras su primera participación en 1978, esta carrera le obsesionaba. Edición tras edición, se obstinará por conseguirla. Pero la prueba reina no quería saber nada de él. Segundo en 1980 y 1983, cuarto en 1989, sexto en 1990...
Cortésmente, por respeto a sus puestos de honor y su terquedad, seguimos citándolo entre los foráneos. Después llegó la consagración en 1992. Una carrera de ensueño. "Cuando gané en 1992, en toda la París-Roubaix, no sufrí ninguna caída ni ningún pinchazo", recuerda. Pagada la deuda, el Infierno del Norte se mostró menos clemente la primavera siguiente. Volvamos a la edición de 1993. En esta ocasión el protagonista es Duclos. En Troisville, su equipo Gan queda diezmado. Él mismo sufre un pinchazo y una caída.
En Arenberg, no mejora la situación. "Pinché y salí con dos minutos de retraso sobre los favoritos con el grueso del equipo Mapei", continúa. Ateniéndonos a la lógica, jamás debería haber salido. Pero con los compañeros de equipo que quedaban, logró conectar a 30 kilómetros de Roubaix. Lo que pasó después, todo el mundo lo sabe. El mano a mano con Ballerini, convencido erróneamente de su superioridad. En el velódromo, donde Duclos volvió a encontrar su instinto de corredor de pista, se produjo el duelo final en el que se impuso al italiano por unos pocos milímetros. Un doblete para la eternidad.
Más allá de estos episodios que marcaron la gran historia de Arenberg, cada cual tiene sus propios recuerdos. Su propia historia en la grande. Experiencia dolorosa en su momento para la mayoría, pero de la que se aprende a sonreír con el paso del tiempo. Al igual que Thierry Gouvenou. Nos cuenta: "Paradójicamente, he tenido durante mucho tiempo la idea de que no era tan difícil, porque yo iba por el borde de la carretera. Hasta el día que llegué con retraso a Arenberg después de un pinchazo. Iba rodando a fondo como de costumbre y un mecánico se bajó de su coche para ayudar a un corredor y yo me estampé con él a 45 km por hora. Tuve la impresión de tener cristales incrustados en la nariz durante tres semanas".
Así es Arenberg. Pequeñas molestias y grandes dramas. Ambiciones frustradas. Retazos de vida en el Bosque. Recuerdos personales que forjan una memoria colectiva.
LLa trouée d'Arenberg, un enfer au coeur de l'Enfer du nord.

5 - Arenberg al otro lado de la valla

El ciclismo, en muchos sentidos, es un deporte único. Esto es especialmente cierto por la relación entre los protagonistas y el público. En este caso, el escenario deportivo es el entorno natural. La carretera es el estadio del hombre de la calle y, además, el ciclismo es un espectáculo gratuito. La relación espectador-corredor es casi física. Ver pasar al pelotón es una experiencia visual, sonora, sensitiva. Es en estos lugares más extremos donde el esfuerzo y el dolor están cerca de su umbral, la intensidad de esta relación es la más fuerte. Igual sucede en un gran puerto de montaña. Y también en el Bosque.
Al convertirse en un lugar de culto como reina de las clásicas, también se ha convertido en el principal punto de aglomeración del público. Sin embargo, hubo que esperar 80 años para que verdaderamente arraigara. "Al revisar las fotos de Arenberg, con De Vlaeminck en 1973 y Merckx en 1974, hay espectadores, pero podemos ver los bordes de la carretera", destaca el histórico Pascal Sergent. Nada que ver con la multitud de la segunda mitad de los años 80.
De manera destacada, los aficionados, jugaron incluso un papel importante en la evolución de este tramo adoquinado. En finales de los 80 y principios de los 90, la multitud, en ocasiones comparable en su densidad o en su comportamiento a los grandes puertos del Tour (se apartan en el último momento) se convirtió en un problema. Los corredores, al intentar discurrir por el borde de la carretera para evitar los adoquines, llegaban a rozarse con los espectadores, causando innumerables caídas. Después de haber optado por una simple cuerda a lo largo de los 2400 metros, los organizadores finalmente convencidos, tras la caída de Johan Museeuw, decidieron colocar vallas para separar al público de los corredores.
Los ladrones de adoquines
Si el público, siempre masivo, juega un papel importante en la dimensión épica de la travesía de Wallers-Arenberg, algunos espectadores pueden también convertirse en ladrones. El mito de la Trouée es tan atractivo que algunos no se resisten... a llevarse los adoquines. "Vienen incluso con patas de cabra para arrancarlos", asegura Pascal Sergent. Los daños se producen en ambos extremos de la Trouée, donde los malhechores pueden escapar rápidamente. Un fenómeno que se produce durante todo el año, pero sucede de forma exponencial la misma tarde de la carrera o al día siguiente. "Todos los años hay robos de adoquines, es habitual. Es triste, pero así son las cosas", se lamenta François Doulcier, presidente de Amigos de la París-Roubaix. La asociación, junto con la escuela de formación profesional de Raismes, se ocupa cada primavera de tapar los agujeros con nuevos adoquines ... que los coleccionistas no dejarán de volver a robar.
Este cambio de configuración sin embargo no ha afectado a la asistencia del lugar después de François Doulcier "Las vallas no han limitado el número de espectadores", piensa. Por cierto, ¿cuántas personas acuden hoy en día? "Fácilmente, por lo menos 10.000", retoma Doulcier, antes de describir la fisonomía: "Es un público muy familiar. No hay aficionados alemanes empinando cerveza, nada de esto. Hay un ambiente agradable, la gente haciendo picnic cuando hace buen tiempo. Se respira cierto espíritu festivo".
Para muchos amantes de la Roubaix, Arenberg sigue siendo una peregrinación, como para Philippe, que no se la pierde desde hace "más de 20 años". "Mis suegros viven en Wallers, nos cuenta el norteño, siempre voy al bosque de Arenberg. Cada año vengo con mi hijo, que ahora tiene 26 años. Es un momento especial, sobre todo si hace buen tiempo, como desde hace varios años". También confirma la naturaleza "jovial" del público: "Es muy familiar y vienen autobuses de aficionados. Las frituras, la cerveza, los cánticos... Hay muchos belgas, flamencos, que se colocan a la entrada y a la salida del recorrido para volver a coger los coches y trasladarse al tramo de Orchies".
En la era de los teléfonos inteligentes y las redes sociales, el espectador también se ha convertido en un testigo privilegiado. En Arenberg, concretamente, la televisión ofrece una vista aérea en helicóptero, o frontal a través de cámaras fijas situadas a la salida de la Trouée. Las vibraciones limitan el uso de cámaras en motocicletas. El espectador, se encuentra en el centro de la acción. Cuando tiene la suerte de estar en el lugar adecuado y en el momento preciso, capta una secuencia con una intensidad que incluso las emisoras luchan por conseguir.
Este fue el caso, una vez más, el año pasado en la enorme caída en grupo que casi le cuesta muy caro a Elia Viviani. El italiano del Sky, atrapado, casi fue atropellado por una motocicleta. Afortunadamente para él, sufrió más miedo que daños. Filmado por un espectador británico, la escena recorrió las redes sociales ... y después los medios de comunicación.

6 – La vida sin Arenberg, ¿herejía o utopía saludable?

Los grandes templos de la mitología del ciclismo están todos asociados con altares emblemáticos. Quien dice Milan-San Remo dice Poggio. Quien dice Flecha Valona dice Mur de Huy. Quien dice Lieja-Bastoña-Lieja dice Alto de la Redoute. Y así sucesivamente. Estos puntos clave a la vez históricos y emocionales, conforman señas indispensables de las grandes clásicas. Así es también para la París-Roubaix, la Trouée d'Arenberg, Tal vez la meca más actual del ciclismo de las carreras de un día.
La simple idea de eliminar estos eventos de tales figuras emblemáticas puede parecer absurdo. ¿Puede imaginar la París-Roubaix perdurable en el tiempo sin la Trouée d'Arenberg dentro de 10 ó 20 años? Después de todo, hemos visto la reina de las clásicas durante 70 años. E incluso desde su descubrimiento a finales de los años 60, pasó a dejarse a un lado. Durante casi una década, de 1974 a principios de los 80, la Trouée quedó descartada.
Sin embargo, este período coincidió con una edad de oro en términos de logros: tres de las cuatro victorias de Roger De Vlaeminck, la tripleta del legendario Francesco Moser y la coronación de Bernard Hinault, todo ocurrió mientras que Arenberg estaba excluido de la carrera. "No podemos decir que sean perdedores", indica François Doulcier. Más cerca de casa, Tom Boonen dominó la edición de 2005, también en su debut en los adoquines de Arenberg. Y "Tommeke", también, es una figura importante en la Roubaix.
"¿La París-Roubaix sin Arenberg? Es imaginable, considera también François Doulcier. Eso la sometería a prueba, ya que es emblemática. Sería una lástima, yo lo lamentaría personalmente, pero se puede hacer una París-Roubaix sin ella". Thierry Gouvenou, responsable de la carrera en ASO, admite haberlo pensarlo. Pero del dicho al hecho, hay un paso... "Honestamente, nos dice, como organizador, me encantaría pasarlo por alto. Pero cuando veo el impacto en la televisión, a nivel local ... La decisión no es fácil de tomar".
Infografía ruta del Bosque de Arenberg
"En este tipo de asunto continúa François Doulcier, debemos trabajar con inteligencia con las autoridades locales y anticiparnos a las cosas. Comparto el punto de vista de Thierry Gouvenou. Cambiar de vez en cuando permite explorar otros tramos. Jean-François Pescheux (NOTA: el antecesor de Gouvenou) quería cambiar cada tres años. Finalmente, no lo hizo. Pero sigue siendo una posibilidad". Después de todo, argumentan a coro los partidarios de una retirada puntual de la Trouée, el Tour de Francia no pasa todos los años por el Ventoux, el Alpe d'Huez, el Galibier y el Tourmalet, sus picos más famosos.
Pero la comparación no es una razón. El recorrido de la "Grande Boucle" goza de posibilidades casi infinitas. No depende de uno o dos lugares importantes como una clásica. Para Gilbert Duclos-Lassalle, privarse deL Bosque es de hecho impensable. "Si no estuviera, no sería una verdadera París-Roubaix, considera Gibus. Forma parte de tramos míticos, tramos que los favoritos desean recorrer. Entiendo el punto de vista de los organizadores, pero encontrar un sector tan largo y tan duro como la Trouée, no es tan evidente". Natural de la región, Cédric Vasseur tiene la misma opinión. "La Trouée forma parte del patrimonio de la París-Roubaix, afirma. Sin Arenberg, no sería igual".
A corto plazo, una opción de este tipo parece poco probable. Y no es probablemente el mayor peligro al que se enfrenta Arenberg. Incluso si ASO llegara a acotar este tramo, nada indica que no se vea amenazado un día. El enemigo potencial aquí no es el macadán. Desde 1999, el espacio está protegido, gracias especialmente a la implicación de la Asociación de amigos de la París-Roubaix. Pero la naturaleza, no tiene nada que ver. Lentamente, su obra debilita al jefe de obras de Arenberg.
A principios del siglo XXI, la degradación de la Trouée había alcanzado un punto tal que tuvo que retirarse del recorrido durante la edición de 2005 para realizar trabajos en un tramo de 200 metros que estaba demasiado peligroso. "La Trouée d'Arenberg estaba cubierta de un arco vegetal con árboles, explica Thierry Gouvenou. La parte baja, estaba constantemente húmeda. Era un espacio casi pantanoso. Se cortó una gran cantidad de ramas para permitir que el sol volviera a pasar".
Hoy en día, la amenaza es la hierba. En una docena de años tras los trabajos, el lugar ha cambiado su fisonomía. "En comparación con lo que conocimos, retoma Gouvenou, el tramo está irreconocible. Ahora está completamente verde. Pronto vamos a tener que llamarla la Trouée verde". "Esto es más que hierba, hay arbustos pequeños; es poco segura y extremadamente peligrosa", insiste François Doulcier. Así, desde de 2012, la ASO, en colaboración con los Amigos de la París-Roubaix y las empresas locales, realiza con una barredora un desherbado sistemático 15 días antes de la carrera. "No es ideal, pero al menos puede pasar la carrera en condiciones razonables de seguridad", matiza Doulcier.
Sin embargo, esto es solo una tirita en una fractura abierta. Con el tiempo, Arenberg no sobrevivirá sin trabajos más profundos. "Desherbar, es algo paliativo, advierte el presidente de la Asociación de amigos de la París-Roubaix. Hay un trabajo de fondo que hacer para cubrir todas las juntas con un material calcáreo. Estos son trabajos de envergadura y, a día de hoy, no hemos podido encontrar financiación".
Por suerte, en los últimos diez años, todas las ediciones de la reina de las clásicas se disputaron con un tiempo seco. Casi un milagro. "Pero, advierte François Doulcier, si no se hace nada, será difícil pasar con lluvia. Será una catástrofe". Como en 1998 y 2001, con las caídas de Museeuw y Gaumont, quienes en aquel momento, cuestionaron la inclusión de este tramo monstruoso... "Las asistencias no pueden intervenir rápidamente cuando se produce una lesión grave como la mía; eso puede ser dramático, afirmó Gaumont. Ahora es demasiado peligroso".
Los tiempos de desafío no han pasado para Arenberg, catedral sublime con pies de barro, sentenciada a una condena perpetua. No podemos imaginar la Tranchée abandonada. Ha dado demasiado a esta carrera para que la dejemos caer. Porque si nada ni nadie es irremplazable, es en las pérdidas cuando nos recuperamos difícilmente. Nadie está probablemente más unido a la Trouée que estos cientos de corredores que la recorrieron, para el dolor, para lo peor y, finalmente, para la mejor. "La maldecimos cuando estamos sobre ella, pero una vez pasada, solo hay un deseo, regresar el próximo año", confiesa Cédric Vasseur, haciendo eco de lo que sucedió a Theo De Rooij hace treinta años.
Por último, es quizás Pippo Pozzato, con su ingenio y sentido de la fórmula, quien extrae con mayor precisión la savia y la miel de este lugar incomparable: "Arenberg, es el lugar más horrible del ciclismo, pero en el mejor sentido del término." Por tanto, larga vida a Arenberg. Larga vida al infierno.
La trouée d'Arenberg, symbole de l'Enfer du nord
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