Blog Uría: Así habló Luis Enrique, así habló Cristiano

Domingo revuelto. Después del error arbitral XXL en Sevilla, habló Luis Enrique. Y en Madrid, cazado por las cámaras después de los pitos, habló Cristiano.

Luis Enrique (FC Barcelona) en el Benito VIllamarín.

Fuente de la imagen: EFE

Lo vio todo el mundo. Después de un baño completo del Betis tras 70 minutos, el Barça se vio privado, en una misma jugada, de un penalti sobre Neymar y posteriormente, de un gol legal después de que la pelota entrase medio metro dentro de la portería. Error XXL. Munición para los medios culés que sostienen que hay una campaña contra el Barça y sonrojo para las terminales mediáticas afines al Madrid, que se pasaron años denunciando la existencia del Villarato y ayer se quedaron, sospechosamente, más callados de que la dueña de un burdel en misa de doce. Mientras el aparato de propaganda blanco balbuceaba el manido recurso del “y tú más”, el vocerío culé esparcía cizaña y se rasgaba las vestiduras: manos negras, tacos por delante y sospechas sin pruebas. Que si Liga adulterada, que si los árbitros, que si el centralismo y que si la abuela fuma. Habría bastado con decir que se trató de un error gigante, que hay que ayudar a los árbitros o hasta reabrir el debate sobre el uso de la tecnología. Incluso con haber opinado que una cosa son los méritos (el Betis debió haber ganado por su juego) y otra es la justicia (al Barça le quitaron un gol legal). En lugar de eso, hubo lo de siempre. Ya saben: si el error arbitral daña al Madrid, aparece la patraña del Villarato; Y si daña al Barça, es cosa del poder de Florentino y la sospecha se remonta a la época de Franco. Hay barra libre de barro. Si me favorecen, callo en aras del negocio. Si me perjudican, lloro para vender más. No es periodismo, es militancia.
Minutos antes de que la pelota entrase medio metro en la portería bética, el Open de Australia de tenis masculino se decidió consultando el famoso ojo de halcón. Bastó una consulta rápida y nadie protestó. En el fútbol español, más allá de que el asistente o el colegiado no fueron competentes en esa jugada, no se pudo recurrir a la tecnología. Así que, en mitad del ruido insoportable, apareció Luis Enrique. Declinó la pose victimista y aún a sabiendas del gravísimo error, destiló elegancia y generosidad: “No hemos jugado un buen partido, estuvimos por debajo de nuestro nivel. Los árbitros necesitan ayuda y la tecnología puede ayudar”. Chapeau. Otro que tal baila, Aleix Vidal. Lejos de echar bilis, fue explícito: “Es un error muy grave, pero la culpa no es del árbitro. Si se hubiera usado el ojo de halcón, no habría pasado”. Así de fácil. Que sean los seguidores del Barcelona, desde los más moderados a los más radicales, los que deban escoger: fantasmas arbitrales o autocrítica. Hace unos días habló Zurutuza para dejar con el trasero al aire a todos los que se llenaban la boca de hablar de un robo a la Real. Ayer fue Luis Enrique el que dio una lección. Una que quizá no compartan algunos culés, pero que exige y merece respeto y aplauso.
Otro que habló fue Cristiano. Dentro del campo y cazado por las cámaras. Víctima de los pitos, reaccionó a la música de viento. Se encaró con algunos aficionados y les insultó. Resulta incomprensible que parte de una afición pite a uno de los suyos, pero como la línea que separa la exigencia de la injusticia es demasiado fina, pasó. No es la primera vez que parte del público, del que se suele decir que siempre tiene la razón incluso cuando no la lleva, mantiene un desencuentro con Cristiano. No es necesaria ninguna encuesta para saber que la mayoría de socios apoyan, incondicionalmente, a Ronaldo. Tampoco para recordar que mientras algunos periodistas etiquetan a la afición del Valencia como la peor de España por pitar a Parejo o a algunos entrenadores, pasan de puntillas sobre pitadas a mitos como Zidane, Di Stéfano, o Míchel. La verdad es que la afición del Madrid no es ni mejor ni peor que otras. Sólo exige porque paga. Y en ese tributo a la exigencia, que linda con la injusticia, pide al mejor Cristiano. Y Ronaldo, que luce el siete a la espalda y tiene un ego del diez, se acordó de las madres de algunos de los que pagan religiosamente el abono. A Ronaldo, que es de carne y hueso, le duelen las críticas. Normal. Cualquier otro jugador, con su hoja de servicios, tendría un monumento. En el Bernabéu, no. Lo malo es que reaccionó de la única manera que no debe hacerlo un profesional: con insultos. ¿Recuerdan qué pasó con Forlán cuando mandó muy lejos, por ser finos, a algunos hinchas del Atlético que le silbaban? Aquello no fue edificante y con el tiempo, se enquistó. Cuestión de piel. Es más viejo que el propio fútbol: en cuestiones de cariños entre grada y futbolista, del amor al odio hay un pequeño paso. Mal asunto.
Rubén Uría / Eurosport
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