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Publicado 18/02/2017 a las 20:30 GMT+1
Harto de trabajar sin premio, Gameiro, por fin, tuvo recompensa. De primero de cholismo, del Nuevo Testamento Atlético, capítulo nueve, versículo dos: el trabajo siempre paga.
Kevin Gameiro a dédié son triplé face à Gijon à sa grand-mère
Fuente de la imagen: AFP
Su periplo en el Atlético no está siendo un crucero de placer. Los delanteros se nutren del gol y en el caso de Kevin Gameiro, bajo sospecha desde que llegó, los goles estaban llegando con cuentagotas. Acusado de disparar con escopeta de corcho, el galo se reivindicó en el viejo Molinón con un tres goles en menos de cinco minutos. Firmó el mejor partido desde que viste la rojiblanca y salió reforzado de un debate intestino, el del nueve, que a veces, en vez de de beneficiar al Atlético, le debilita. Fue la primera vez que Gameiro, mirada limpia y deber cumplido, pudo esbozar una sonrisa. Una más tenue que la de sus propios compañeros, exultantes por la actuación del francés. Gameiro necesitaba un partido así y el equipo, su mejor versión. El fútbol, que tiene designios inescrutables, dio chance a un tipo que lo había pasado mal estos días. Los tres goles tuvieron dedicatoria al cielo, para su abuela, recientemente fallecida. El primero lo dibujó regateando al portero después de un pase genial de Antoine. El segundo lo vacunó con un tiro cruzado, marca de la casa. Y el tercero lo cobró demostrando que, al espacio, es mortal. Harto de trabajar sin premio, Gameiro, por fin, tuvo recompensa. De primero de cholismo, del Nuevo Testamento Atlético, capítulo nueve, versículo dos: el trabajo siempre paga.
Simeone, que quería a Diego Costa, nunca engañó a Gameiro. Le dijo, mirándole a los ojitos, como Luis a Romario, que no era el primer plato, pero que ayudaría al equipo. Se lo dijo en privado y lo admitió en público. Ni trampa, ni cartón. Así que desde que llegó, Kevin se enfrenta a un desafío emocional: demostrarse que es mejor de lo que se dice y demostrar a su entrenador que, aún no siendo la primera opción, vale para el puesto. En ello anda. Con el equipo buscando la regularidad extraviada y alternando el rol de titular con el de suplente, Gameiro sigue intentado convencer a entrenador, equipo y afición. Lo hace sabiendo que no es Costa, ni Falcao, ni tampoco Torres, porque no tiene nada que ver con ellos. No tiene complexión atlética, ni juego de espaldas, ni juego aéreo, ni cierto espíritu guerrillero. Lo que sí tiene es una velocidad endiablada, clase para ser un buen socio de Griezmann y capacidad para sacrificarse en la presión.
Hasta la fecha, en su debe, que parece necesitar muchas ocasiones para acertar, que falló algún penalti clave – como otros- y que lleva menos goles de los que le gustaría. En su haber, un buen ratio de goles por minutos jugados, asistencias de mérito y una capacidad de superación poco ponderada, porque lejos de armar un taco por jugar menos de lo previsto, nunca baja los brazos. Si no marca, se dice con alegría que a Kevin se le ha puesto cara de Jackson Martínez. Y si marca, se dice que acabará cerrando más de una boca. Sería bueno que, más allá del sano debate sobre quién debe ser el nueve del equipo, algunos interiorizaran que no hay nada positivo en festejar los goles de Torres como bofetones a Gameiro, ni en celebrar los del francés como si fuesen paletadas de arena para sepultar la reputación de Torres. Cuando marca Fernando, marca el Atleti. Y cuando lo hace Kevin, marca el Atleti. Empieza a ser cargante tener que explicar a algunos que eso de mamar con uno o mamar con otro es estresante, perjudicial y revanchista. Aunque parezca mentira, es compatible disfrutar de Torres y también de Gameiro. Llevan la misma camiseta y defienden el mismo escudo, el del Atlético. Ambos son una bendición, no un problema.
Rubén Uría / Eurosport
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