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Blog Uría: Liverpool-Roma, en el nombre de Di Bartolomei

Rubén Uría

Actualizado 24/04/2018 a las 15:04 GMT+2

Liverpool-AS Roma. La reedición de aquella final de Copa de Europa que sigue clavada, como un puñal, en el corazón romanista. Como un nombre: Di Bartolomei.

Slide Finales 1984 Liverpool Roma Grobelaar

Fuente de la imagen: Imago

Hoy se juega un Liverpool-Roma en semifinales de Champions. Un partido más para los aficionados, uno muy especial para los romanistas, que tienen clavado em el corazón, como una daga, lo que pasó en mayo de 1984, en aquella maldita final de la Copa de Europa. El Liverpool aspiraba a reeditar otro éxito. Joe Fagan había heredado el legado de Bob Paisley. El pressing y el "passing game" estaban de moda. Algunas de sus estrellas, como Kenny Dalglish, estaban cerca del ocaso, pero el equipo "red" contaba con talentos como el galés Ian Rush (un cazagoles insaciable) o el escocés Graeme Souness (un líder nato), al margen de segundas guitarras de lujo como Kennedy, Sammy Lee o Michael Robinson. Pero los ingleses no eran favoritos. Esa vitola recaía sobre la Roma, que había construido un equipo destinado a ser Campeón de Europa. En la mejor Roma de todos los tiempos, dos brasileños, Falcao y Toninho Cerezo, ponían la magia; Bruno Conti, el vértigo; Grazani y Pruzzo, la potencia; y Agostino Di Bartolomei, la calidad. Aquella Roma había llegado a la final tras ganar el Scudetto y frente al Liverpool, tendría un aliciente extra. Jugaría la gran final ante su público, en su casa, en su estadio. En el Olímpico. La noche del partido, un mar de banderas inundó la Ciudad Eterna para apoyar a su equipo en una final que pasaría a los anales de la historia por su tremendo dramatismo.
Al cuarto de hora, Neal ponía en ventaja a los "reds" y ponía Roma patas arriba. Al filo del descanso, Pruzzo igualaba de cabeza y el Olímpico se aliviaba. Después de una prórroga intensa y durísima, se llegó a la lotería de los penaltis. Guus Grobelaar, el excéntrico portero sudafricano del Liverpool, resultaría decisivo. Durante la tanda de penaltis, antes de que cada lanzador de la Roma golpeara la pelota, el meta "red" comenzó a tambalearse, a mover sus piernas de un lado hacia otro, como si fuera a desvanecerse. El peculiar "baile" de Grobbelaar tenía un objetivo, poner nerviosos a los lanzadores romanistas. La treta tuvo éxito. [Esa suerte, batuizada como "spaghetti legs", fue imitada por Jerzy Dudek en Estambul, ante el Milán, años después]. Di Bartolomei lanzó el primer penalti y no cayó en la trampa de Grobelaar. Lanzó y marcó. Bruno Conti y Righetti no corrieron la misma suerte. No pudieron contener la adrenalina y fallaron desde el punto fatídico. Grobbelaar se había salido con la suya y la Copa de Europa viajaba a Liverpool. Lo que parecía imposible, había sucedido. El favorito, la Roma, en casa, ante su público, había dejado escapar la gloria. Había perdido la que debía ser "su" Copa de Europa.
Mientras el Liverpool cruzaba al paraíso, la Roma descendía al infierno. Inconsolable, Toninho Cerezo se derrumbó sobre el césped. Con los ojos resecos, Nela aplaudía a los tifosi por su apoyo. Bonetti tenía la mirada perdida en el cielo. Falcao, roto, confesó al mundo: "Esto es un funeral". Bruno Conti fue más allá: "He sentido el frío de la soledad, un dolor grande". Un dolor insoportable para todos, pero sobre todo para el capitán, Agostino Di Bartolomei. Llevaba quince años en el club, le había costado toda una vida llegar hasta esa final y la había perdido. Y Di Bartolomei no era de los que dejaban escapar una oportunidad. Siempre las aprovechaba. Lo hizo cuando salió del suburbio para jugar en el modesto Garbatella. Lo consiguió cuando fue reclutado por la Roma, con sólo tenía 14 años. Y también supo aprovechar su momento cuando el mítico Nils Lidelholm le convirtió en "su" hombre de confianza: "Ahí dentro serás mi capitán y ellos te adorarán. No hay nadie más romanista que tu". Di Bartolomei, otra vez, aprovechó su oportunidad y cumplió la profecía de su entrenador. Heredó el brazalete de Sergio Santarin, fue uno de los "capos" del vestuario y acabó siendo el más querido de la grada del Olímpico. Por todo eso, Di Bartolomei no era capaz de asimilar cómo había sido posible que su Roma perdiera aquella Copa de Europa delante de toda su gente. Culpó a Falcao de no lanzar en la tanda decisiva, hizo declaraciones explosivas y reconoció, a regañadientes, que en semifinales el árbitro habría beneficiado a la Roma ante el Dundee United escocés. Todo le daba igual ya. Nunca había sentido así una derrota. Su fuego interior desapareció. Ydesde aquella noche, no volvió a ser el mismo.
Sólo unos meses después, la Roma quiso renovarse y Di Bartolomei acabó siendo depurado por el nuevo entrenador, Sven Goran Eriksson. Agostino, sucedido en la capitanía por Carlo Ancelotti, acabó saliendo de Roma por la puerta de atrás. Fue traspasado al Milán, donde llegó como fichaje de relumbrón, junto a los ingleses Mark Hateley y Ray Wilkins, pero aquella experiencia resultó un completo fiasco. Sus prestaciones descendieron, su rendimiento también y sus encontronazos con otras vedettes del vestuario fueron una constante. Después de tres años de infierno en Lombardía, Agostino recaló en el Cesena, luego en la Salernitana y finalmente, hastiado del fútbol, acabó por colgar las botas en 1990. Fue comentarista de televisión durante el Mundial de Italia '90, pero la experiencia apenas duró. No terminaba de encajar. Invirtió en bolsa y le fue mal. Quiso poner en marcha una escuela para jóvenes futbolistas y le fue todavía peor.
Su estado de salud, como el de su cuenta corriente, tampoco era bueno. Di Bartolomei entró en una profunda depresión y aunque trató de ganarle la batalla a su enfermedad durante años, acabó por rendirse. En el décimo aniversario de la derrota de la Roma ante el Liverpool, el 30 de mayo de 1994, Di Bartolomei decidió tirar la toalla. Esa mañana se levantó de la cama, abrió un cajón de su mesita de noche y sacó una Smith & Wesson. Se dirigió a la terraza, cargó el revólver, calibre 38, y se pegó un tiro en el corazón. Junto a su cadáver, encontraron una nota que decía lo siguiente: "Mi sento intrappolata in una buca" ("Me siento encerrado en un agüjero"). Su suicidio sacudió Roma, impactó al mundo del fútbol y vistió de luto a Italia. Miles de hinchas acudieron a darle el último adiós a su capitán y, con el paso de los años, Antonello Venditi, cantautor italiano y fan confeso del jugador, rindió su particular homenaje a Di Bartolomei al escribir la canción Tradimento e perdono [Ricordati di me mio capitano, /cancella la pistola dalla mano/ se ci fosse più amore per il campione oggi saresti qui]. El hijo de Di Bartolomei, Luca, publicó una carta abierta a su padre, donde se preguntaba en voz alta: "Mi manchi, ma perché l'hai fatto" (Te echo de menos, pero ¿por qué lo hiciste?) La hinchada de la Roma, a día de hoy, se sigue estremeciendo al recordar al que fue su ídolo. Nunca aceptó la derrota y, sin querer, se vio encerrado en un pozo de dolor. Así fue Agostino Di Bartolomei, un capitán eterno.
Rubén Uría / Eurosport
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