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Los miércoles de Antonio Sanz: El apocalíptico final de Simeone

Antonio Sanz

Actualizado 01/11/2022 a las 23:32 GMT+1

El Atleti concluyó la participación en Champions con una derrota más en Oporto. Más allá del resultado y del costoso varapalo deportivo y financiero, en el ambiente sobrevuela un estado de ánimo que camina hacia un fin de ciclo, hacia un perverso y doloroso final cuyo tránsito permitió regresar al club a las cotas de las que había desaparecido.

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En el curso pasado, el equipo de Simeone ya se la jugó en el mismo escenario y ante el mismo adversario. Un año después nada ha sido igual. Mismo estadio, mismo rival, pero esta vez sin opciones de ganar para clasificarse. Todo apuntaba a que podría haberse vivido una circunstancia idéntica, pero esta vez un penalti fallado, un travesaño en el camino y un despeje bajo palos del tirador de la pena máxima en la portería que debía embocar destrozaron los deseos de seguir soñando. Y es que el Atleti se convirtió en esta fase de clasificación de la Liga de Campeones en el estudiante que deja todo el esfuerzo para última hora. Aquél que sabe de su poderío, pero vaguea hasta confiar en sus posibilidades… hasta que la última pregunta provoca el error fatal. En un grupo más que asequible, los del Cholo sucumbieron porque ganaron un partido de tres en el Metropolitano y cayeron en las tres salidas como forasteros. ¡En las tres! Así es imposible y además injustificable. La pedrea de disputar la Europa League queda también para el recuerdo en una temporada donde la travesía por el continente representa un fracaso global de entrenador y jugadores.
Y es que en el regreso a Portugal, el Atleti apareció con dos heridas mentales a suturar. El cruel final ante el Leverkusen y el desenlace ulterior de lo ocurrido en Cádiz no permitían lugar a la esperanza. El equipo nacía tocado en el partido y la cantinela no invitaba al optimismo. Durante el choque, Simeone y los suyos repitieron una actuación indolente, frágil, débil donde el portero volvió a ser otra vez el más destacado. Oblak se sacudió la crisis general frente a una defensa de verbena, un centro del campo incapaz de crear y una delantera roma y seca. El técnico solo salvó al juvenil Barrios, a quien concedió la oportunidad de estrenarse en la competición. Era como significar a los cuatro vientos la necesidad de emprender una catarsis rojiblanca concediendo el primer paso a la savia nueva. El equipo debe reaccionar, está obligado a liberarse, a recuperar el equilibrio, a limpiarse la mente que los arrastra hacia un bloqueo esquizofrénico que presentan como diagnóstico eventual. Sin poder de respuesta, mucho trabajo le resta a un técnico que debe reflexionar hacia donde quiere ir con esta plantilla.
Existe una corriente entre los atléticos que ubican al ‘Cholismo’ como movimiento salvador del escudo. No les falta razón cuando veneran la figura del técnico como la de un caudillo de la patria, o bien la del mesías de la recuperación de la fe rojiblanca. Nadie, en su sano juicio, debe dejar de reconocer todo lo que el argentino ha reportado a la historia contemporánea del Atleti. Es más, para la gran mayoría de seguidores es y será considerado, probablemente, el mejor entrenador del recorrido centenario de la osa, el madroño y las siete estrellas. Pero la veneración no debe acabar en apocalipsis cuando por la ley del fútbol y de la vida Simeone abandone la institución. Esa corriente aludida llamada ‘Cholismo’ desliza con fragor un sonido que trata de confundir a la gran masa. El cacareo apocalíptico suena a estruendo o a estrépito y se resume en una frase: “ya veréis donde acabamos cuando se marche el Cholo”. Nadie discute que cuando llegue esa mañana se vivirá una etapa de confusión, de duda, de falta de orden, incluso de olla de grillos. Es evidente que una década tan prodigiosa es mucho tiempo para quitarse de golpe el aturdimiento que dejará su marcha. Pero como nada ni nadie es eterno, la propiedad y la dirigencia del club deberían prepararse, ahora que disponen de tiempo más que suficiente, para el día siguiente. Aunque no se vislumbra el final del Cholo de manera inmediata. Ni siquiera al acabar esta sinuosa temporada.
Desde el poder se desliza que nada de fin de ciclo, que el Cholo se ha ganado marcharse cuando él lo estime. Y las señales que lanza el entrenador son de continuidad, de querer seguir en el envite, de mantenerse con fuerzas e ilusión para navegar con el timón del equipo bien sujeto entre sus manos. Dice Simeone que su discurso con el vestuario no ha caducado, que lleva escuchando años y años este sermón crítico. Pero la realidad es que escasos juicios negativos se ha llevado en su currículum. La legión de opinadores a su favor siempre le ha respaldado por el afán resultadista que lo protege. Sólo las críticas a su manera de leer el juego le han ensuciado alguna fase de su reinado absolutista. Así las cosas, con uno que no se quiere ir y otro que no lo puede echar, los nombres de Luis Enrique, Klopp, Tuchel o Conte suenan como quimeras a un relevo de quien sufre un evidente desgaste del tiempo y al que nadie debe sentirse ajeno. Ni siquiera él.
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