Los viernes de Iván Castelló: Del pánico a la autopista en los cruces

La que se vivió con la derrota por Japón y el momentáneo triunfo de Costa Rica ante Alemania. Un Mundial de locos, también sobre el césped.

Sin Laporte, Jordi Alba, Asensio ni Ferran Torres, respecto del once del 7-0 a Costa Rica, la España de Luis Enrique afrontó el tercer partido del Mundial de Qatar con una confianza que se fue diluyendo hasta sufrir como bellacos para pasar segundos gracias al gol del alemán Havertz y a que los dioses del balompié nos quieren bien.

El partido frente a la indómita Japón ya estuvo precedido por un debate lícito o no pero realista al plantearse la cuestión: ¿Ganar o perder? Porque la ventaja de quedar segunda en el Grupo E tenía como premio el jugar los octavos contra Marruecos y los cuartos, probablemente, que todo es ya probable, frente a Portugal. Eso o ir directo hacia Croacia, envejecida pero subcampeona del mundo a fin de cuentas, y Brasil, que busca su sexto Mundial mientras se encoge de preocupación por la salud de ‘o rei’ Pelé.

Poco pareció durar la especulación: doce minutos. Centro medido de Azpilicueta y, sin mayores alharacas, cabezazo limpio picado de Morata para el 0-1. Fue su tercer gol en Qatar, nueva reivindicación del tantas veces denostado delantero madrileño, quinto mejor goleador de la historia de La Roja. Que no está nada mal.

El empate japonés, a los 48 minutos, fue producto de una sucesión de catastróficas desdichas entre Unai Simón, Balde y Unai Simón (repetimos). Ese gol, que pareció un accidente, fue seguido del 2-1, increíblemente no anulado pese al que balón aparentemente salió de fondo. Mazazo que fue hara-kiri cuando el pánico llegó con el empate de Costa Rica frente a Alemania. Un gol más y España se volvía casa. Tal cual. Y más de media hora por jugar, varios mundos por delante. Pero el ataque de ansiedad duró poco, unos cinco minutos, los que tardó Havertz en marcar como ansiolítico.

Después, un fútbol infame de una España que estuvo superada y que jugó con fuego. Si es un plan para rearmarse y llegar incluso al séptimo partido, habrá merecido quizás la pena. Si no, esto se viene abajo. El martes, a las cuatro de la tarde, la sorprendente selección marroquí pondrá a prueba a un grupo sin derecho a nuevos tropiezos.

En su cacería, los lobos seguirán acosando a Luis Enrique. Un triunfo, un empate y una derrota. De más a menos cuando los Mundiales se ganan justo al revés.

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