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Amstel Gold Race | El recuerdo de Óscar Freire y la victoria en el Cauberg que no pudo ser

Eurosport
PorEurosport

Actualizado 16/04/2021 a las 10:13 GMT+2

2012 era ya su último año como profesional. Seguía, no obstante, a gran nivel, y afrontaba la clásica neerlandesa tras una excelente primavera a nivel de rendimiento, aunque escasa en victorias (dos). Esta vez con los novedosos colores del Katusha, y ya sin la presión extra de vestir el maillot del equipo local.

Oscar Freire

Fuente de la imagen: Imago

Si hay una palabra que pueda describir la carrera deportiva de Óscar Freire, esa es eficiencia. Podríamos discutir a todo lo que habría podido llegar sin sus numerosas lesiones —las cuales no solo limitaron enormemente los días de competición que pudo disputar, sino también su versatilidad como ciclista—, pero lo cierto es que, poniendo las cartas sobre la mesa, probablemente terminó ganando todas las grandes carreras que estaban a su alcance.
Hay, sin embargo, una gran excepción en esa lista. La Amstel Gold Race. La carrera que, además, durante muchos años fue objetivo priorotario para su equipo, el Rabobank. Para la formación neerlandesa, la gran clásica de casa se convertía temporada tras temporada en el eje de su primavera ciclista. Hay que remontarse hasta 2001 para, con Erik Dekker, ver a un ciclista del equipo naranja levantando los brazos en la clásica de la cerveza. Lo paradójico es que Freire llegó en tres ocasiones en el grupo que se jugaría la victoria en Amstel, y solo una de ellas lo logró con Rabobank, pese a ser, con mucha diferencia, la escuadra a la que fue fiel durante más años. Finalizó en otras dos ocasiones más entre los diez primeros, pero en esos casos formando parte de un grupo perseguidor.
óscar Freire.
Ya en su primera participación, con Mapei y vistiendo el maillot arcoíris, en el año 2000, vio que era una carrera que podía ser suya. Supo colarse en la avanzadilla de 14 ciclistas que pelearían por el triunfo y tuvo ni más ni menos que a todo un Paolo Bettini a su disposición. Sin embargo, desgastado por un movimiento anterior, sus piernas fallaron en el sprint y tuvo que conformarse con una decepcionante 9ª plaza. Después llegó el cambio. Los organizadores introdujeron el final en lo alto del Cauberg, y con ello la Amstel Gold Race se convirtió en otra cosa. Más bloqueada, menos dinámica, pasó a ser coto de caza casi exclusivo para los especialistas en esfuerzos explosivos en cotas, en esprintar cuesta arriba. Algo en lo que Freire, sin dársele mal, no estaba entre la élite mundial.
Decíamos antes que Óscar Freire fue un ciclista eficiente. También fue inteligente. Sabía leer bien las carreras y, aunque la mayoría de sus victorias llegaron gracias a sus cualidades como velocista, acumuló también varios éxitos en solitario fruto de saber exactamente cuándo atacar. Y terminó por darse cuenta de que, para ganar en Amstel, tendría que hacer precisamente eso: atacar.
2012 era ya su último año como profesional. Seguía, no obstante, a gran nivel, y afrontaba la clásica neerlandesa tras una excelente primavera a nivel de rendimiento, aunque escasa en victorias (dos). Esta vez con los novedosos colores del Katusha, y ya sin la presión extra de vestir el maillot del equipo local. La carrera iba controlada y sus sensaciones parecían buenas; muy atento, y coronando todas las cotas entre los primeros. El empinadísimo Keutenberg era la última gran dificultad antes del Cauberg. Todo ciclista y espectador sabe que, en el Keutenberg, son tan peligrosas sus rampas de hasta el 17% como el tramo posterior en el páramo abierto al viento y con peligrosos falsos llanos. Las piernas llegan al límite arriba y se hace muy difícil controlar los diferentes movimientos.
Pero Freire no buscaba controlar esta vez. Contraatacando tras un movimiento del mismísimo Peter Sagan, encontró el momento adecuado a 8 kilómetros de meta. Nadie respondió en principio. BMC, con una inquebrantable fe en un Philippe Gilbert que había comenzado el año de forma desastrosa, amarró la situación como pudo con sus escasos peones. Niki Terpstra arrancó también desde atrás, a destiempo.
El pulso era precioso, todo el rato con un hueco en torno a los 10 segundos. Se antojaba poco para resistir en todo un Cauberg, pero cuando el cántabro tomó la famosa curva cerrada a izquierdas, entre el griterío del inmenso público, la impresión era buena. Le quedaba algo en las piernas y sus primeros cientos de metros de ascensión fueron a muy buen ritmo, mientras Terpstra cedía al empuje de los perseguidores. Gilbert sabía que se lo tenía que jugar a todo o nada. El Cauberg es su colina, su feudo: aceleró desde abajo, ignorando las órdenes de unas piernas que aún estaban lejos de volver a ser las de sus días de gloria. Pero es lo que tienen los grandes; condicionan el desarrollo de carrera aunque no sean ellos quienes terminen por ganar.
El valón, vestido con los colores de campeón nacional, estaba acercándose a Freire justo cuando terminaba el tramo más duro. Sagan, encendido, trató de acelerar a su vez. Freire miró hacia atrás a 200 metros de meta y se le vino el mundo encima al comprobar que su ventaja ya era exigua. Gilbert se sentaba y cedía, mientras Sagan iba lanzado con todo.
Para Freire no pudo ser. Justo al pasar la pancarta de 100 metros, su sueño se terminó. También el de Sagan, que había lanzado el sprint demasiado pronto. Al final fue Enrico Gasparotto, el más paciente, el que había permanecido agazapado hasta el final, quien se impuso. Gilbert, en su aceleración temprana, había dinamitado finalmente sus propias opciones, condenado al fracaso a la escapada de Freire e impulsado a Sagan a precipitarse más de la cuenta. Pero, sin él, Gasparotto tampoco hubiese ganado. Así es el ciclismo.
Óscar Freire se quedaría finalmente con la espina clavada de la Amstel Gold Race en su palmarés, pero ese día se ganó el respeto de todos, incluido el de los comentaristas extranjeros, aquellos que afectuosamente lo llamaban Oscarito.
Por Saúl Miguel
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