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Blog Uría: 'Strákarnir okkar' (*)

Rubén Uría

Actualizado 10/10/2017 a las 00:56 GMT+2

Islandia es la selección de 300.000 personas pero, en realidad, se ha convertido en la segunda selección del resto del planeta. Pequeño país, lección gigante.

Islandia festeja un gol ante Kosovo que le clasifica al Mundia

Fuente de la imagen: Getty Images

(*) “Nuestros tíos”. Ese es el apodo que reciben los jugadores de Islandia que, tras asombrar con su dignísima Eurocopa, ahora se ha clasificado para su primer Mundial. LosStrákarnir okkar’, ídolos en un país con los mismos habitantes que Vallecas, un barrio de Madrid, han hecho posible lo imposible. Desde el viejo fútbol, el más puro, el del entusiasmo, le han dado una lección al nuevo, al de la industria: país pequeño, lección gigante. Si el fútbol es el relato de la vida, los modestos islandeses han hecho realidad su sueño porque lo han perseguido, explorando sus límites inexplicable. Islandia, un paisaje lunar de superficie volcánica, donde el viento azota y los deportes tradicionales son el balonmano, el atletismo o la lucha autóctona, goza con la irrupción, milagrosa, de una selección que rezuma humildad, pertenencia y ardor guerrero. Su selección celebra cada gol y cada triunfo con el mismo entusiasmo que Odín festejaba un buen día de caza. No hace mucho los fiscales diagnosticaron que Islandia era una fealdad, un mal chiste que no merecía disputar las grandes competiciones, una selección prescindible. Hoy, los animosos islandeses pueden enterrar todas esas profecías en un lugar más profundo que la cueva de hielo de Kaldidalur, cerca de el impresionante paisaje de Borgarfjöður. No sólo valen para jugar a fútbol, sino que están honrando al fútbol.
La isla de roca, escenario de la leyenda vikinga que se transmite, de padres a hijos, para contar aventuras de dioses y hombres, asiste a una revolución futbolística digna de estudio. En una liga pobre, que aún no ha sucumbido a la industria-negocio, en un campeonato que se juega de mayo a septiembre y donde muchos partidos se suspenden por el viento, la Asociación Islandesa ha obrado un milagro. Primero planificó un método profesional de entrenamiento, después desarrolló un programa para entrenadores de elite, después expandió esa metodología en el fútbol juvenil, luego mejoró táctica y técnicamente a sus futbolistas, y, a la vez, sazonó esa evolución con inversión en infraestructura, construyendo campos techados en distintas partes de la isla. El objetivo, competir contra los mejores. El reto, hacer posible lo que les decían que era imposible. Quince años después, Islandia, la Cenicienta de Europa, se ha convertido en un país del primer orden pelotero. Dejó una gran impresión en la Eurocopa y ahora estará en el Mundial. No sólo llegó a jugar contra los mejores, llegando a derrotarles. Ahora, además, ha hecho lo más difícil: mantenerse y seguir creciendo. Islandia se ha ganado la simpatía y el respeto del mundo. Pocos títulos tan preciados como empatía y honor.
Islandia no tiene demasiados jugadores de buen pie, ni estrellas. Ni falta que le hace. Su fuerza nuclear sale de la inspiradora mezcla de algunos profesionales y de un puñado de dentistas, pescaderos, abogados y estudiantes que combaten sus limitaciones y se superan a sí mismos con una voluntad de hierro. No son el equipo más vistoso, ni el que tiene más clase o vende más camisetas. Son el fútbol más puro. El que basa su estilo en el colectivo, el que alcanza sus metas con mentalidad feroz y rasca victorias a base de corazón. Los Gunnarson, Sigurdsson, Bjarnasson o Arnason son un descendientes del fútbol más ancestral: camiseta y sudor. Un monumento al esfuerzo. Frente a la calidad, abnegación; ante el talento, disciplina; contra sus limitaciones, entusiasmo. No hay equipo más honesto que uno que potencie sus virtudes y esconda sus defectos. No ganarán el Mundial seguro, pero estos vikingos son dignos del Vallhalla deportivo. Sueñan con ganar, pero cuando llegue la derrota, serán merecedores de la atención de Odín y la escolta de las valquirias, porque habrán dejado la vida en el campo. Pase lo que pase, caigan en primera fase o en el último partido, estos islandeses, de animosa hinchada y entrañable ingenuidad, ya han ganado. Su camiseta evoca aquella de Sylvester Stallone en la mítica “Evasión y victoria”, su fútbol es tan primario como honrado y generan un entusiasmo contagioso. Son la selección de apenas 300.000 personas pero, en realidad, se han convertido en la segunda selección del resto del planeta.
Rubén Uría / Eurosport
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