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Conmigo o contra mí

Sergio Manuel Gutiérrez

Actualizado 26/03/2023 a las 23:36 GMT+2

En la época de las opiniones extremas, en el tiempo de la cancelación (el de no quiero saber nada de ti nunca más porque no estoy de acuerdo con tu opinión), ahora que todo quisqui está seguro de llevar la razón y sólo escuchamos a quienes nos la dan, pues los demás son el enemigo, el propósito del nuevo seleccionador (el de hacer un equipo que sea el equipo de todos) se antoja sin más imposible.

Resumen España-Noruega: Y Joselu la lio en su debut (3-0)

Ha comenzado la era de Luis De la Fuente al frente del equipo masculino español de fútbol y uno se pregunta sin remedio qué selección es esta, cuál es su personalidad y qué mensaje pretende trasladar. De qué valores se nutre, en quién o en qué se va a apoyar y a qué público objetivo desea conquistar; si ese público somos todos o son la mitad, o somos al menos todas las gentes de buena voluntad.
Si no hemos entendido mal sus gestos y el mismo tono de su voz, las palabras casi siempre comedidas y estudiadas con el objetivo primordial de no molestar, si no hemos juzgado a la ligera tampoco sus primeras decisiones técnicas, De la Fuente está aquí sobre todo para ampliar la base social de la roja: intenta recuperar para la causa a una parte de la afición perdida, a los líderes de la comunicación deportiva despegados del equipo y a todos los que se sintieron agraviados por su predecesor.
Si no hemos entendido mal a sus jefes, todo el mundo se conformaría con que no hiciese demasiado ruido durante los próximos meses.

Pasado reciente

Javier Clemente se enrocó en su personaje y libró las guerras que inició o le obligaron a librar, hasta acabar pertrechado con cemento armado o con acero para los barcos o con puro adamantium, protegiéndose de los proyectiles que le querían alcanzar. José Antonio Camacho, por oposición, recuperó la esencia de la furia y la españolidad (signifique eso lo que signifique), y estuvo a punto de triunfar. Iñaki Sáez concilió ambas posturas y se quedó en el medio, ni chicha ni limoná. Luis Aragonés llenó con creces todos los vacíos de su antecesor e iluminó el camino con una sabiduría sin par, arriesgando el pescuezo con decisiones impopulares y dotando al equipo de una nueva personalidad, ajustada a las características de los mejores futbolistas del país. Vicente Del Bosque gestionó las expectativas y el potencial con pragmatismo y serenidad, sanando las ampollas levantadas por el carácter extemporáneo del sabio con la infalible estrategia comunicativa de aburrir hasta matar. Julen Lopetegui revitalizó el modelo creado por Luis. Fernando Hierro surfeó como pudo el desaguisado de su propia federación. Luis Enrique Martínez lo modernizó y Robert Moreno simplemente se cegó.
Un rápido repaso de la historia reciente de la selección a través de los inquilinos de su banquillo nos ofrece meridiano el relato de las dos Españas, el secular cuento de nuestra ambivalencia histórica entre el peso excesivo de la tradición y los esfuerzos de modernización, una serie de patrios bandazos desde un modelo concreto, considerado el nacional, hasta su inmediata corrección y, después, la contrarreforma de la corrección.
Lo sorprendente, lo inquietante incluso de este proceso, lo peculiar desde un punto de vista puramente español, es que en asuntos de fútbol el talento bruto de las últimas generaciones ha sido mayor que la muy hispánica voluntad colectiva de estropearlo todo.

Izquierdas y derechas

¿La de Luis Enrique era una selección de izquierdas? (Lo pregunto con la sincera convicción de que el lector que haya llegado hasta aquí sabrá comprender la pregunta: hay unos valores y unos principios que son más propios de la izquierda y que encierran determinados vicios o desviaciones, y hay unos valores y unos principios que son más propios de la derecha, igualmente con sus peligros asociados). Cuando a un aficionado al fútbol le gusta o no le gusta su selección nacional (sobre todo si se trata de un futbolero al que le importa lo que es y deja de ser su nación), esa apreciación está salpicada inevitablemente de la propia manera de ver el mundo, de una cosmovisión, de genuina política en definitiva.
El mismo concepto de nación es mucho más de derechas que de izquierdas y, por tanto, todo lo relativo a un equipo nacional es susceptible de verse arrastrado por un sesgo derechoso.
Sin embargo, en el imaginario colectivo la de Lucho era en efecto una selección muy de izquierdas: descentralizada (es decir, no centralista), desligada de los poderes económicos, no plegada a los intereses ni a los relatos de los medios de comunicación mayoritarios, un tanto rebelde, sin miedo a innovar, recelosa de atender las reclamaciones del público o de la afición en relación con ciertos jugadores, un tanto arisca, con mal carácter, irreverente en materia de tradiciones, muy poco complaciente y nada ortodoxa (porque el entrenador desde luego no lo era), también algo ingenua, joven y soñadora, fiel a unos principios que se consideraban mejores, con un punto orgulloso de superioridad moral. Siendo cierto todo eso, se trataba también de una selección muy de derechas en algunos de sus valores: personalista, con un líder fuerte y un relato de consumo fácil para sus correligionarios, con un rechazo más bien reaccionario (no constructivo sino destructivo) del orden establecido, con enemigos buscados y señalados, los del interior apartados o desnaturalizados y los del exterior anatemizados, todos ellos utilizados como elemento de cohesión interna; una gestión del grupo muy de conmigo o contra mí, de manual básico nacionalpopulista.
Entonces, ¿quién es Luis De la Fuente? De manera previsible y un tanto enternecedora, De la Fuente ha decidido construir su imagen de seleccionador conciliador por oposición al malencarado de su predecesor.
Como si de un albañil se tratase, con ese cuerpo suyo de levantar cien kilos en press de banca, este otro Luis va paleta en mano extendiendo masilla por los agujeros que dejó Luis Enrique, convocando a un par de rematadores y a algún central de los que no tienen fama de jugar la pelota desde atrás, repescando a un par de iconos y devolviendo al madridismo la mayoría simple en el equipo. Atiende a los medios de comunicación con el entusiasmo de un becario y se desvive por ellos (por nosotros), hasta el punto de resultar grotescamente amable. E introduce también en ese programa político (deportivo, futbolístico) algún que otro elemento de moderación, de contención, que suaviza la dureza de su contrarreforma para no romper del todo con la etapa anterior: conserva a grandes rasgos el estilo, evoca en sus palabras el legado de Luis Aragonés (la idea es jugar con balón, y atacar y atacar) y establece el límite de su propia dignidad profesional en el asunto de la llamada pero no llamada a Sergio Ramos.
Quiere contentarnos a todos, a riesgo de enfadarnos uno por uno.
Si Luis De la Fuente fuese un partido político, sería el Ciudadanos que se decía socioliberal. Estamos en doble año electoral. Estas cosas tienen su importancia, quien crea lo contrario anda bastante perdido. Quien diga que esto consiste en elegir futbolistas, entrenarlos y ganar partidos no termina de comprender en qué país vive.

Un propósito utópico

Si una utopía es el diseño imaginario de una comunidad perfecta, con características ideales pero inexistente, el plan del nuevo seleccionador reúne también trazos utópicos. Ojalá la utopía le sirva al menos para respirar, para alimentar el día a día de acuerdo con sus convicciones, más allá de las bajas expectativas que despierta. Sin embargo, ni De la Fuente es Del Bosque ni nuestra sociedad es la misma. Todo ha cambiado demasiado rápido.
En la época de las opiniones extremas, en el tiempo de la cancelación (el de no quiero saber nada de ti nunca más porque hoy no estoy de acuerdo con tu alineación), cuando todo quisqui está seguro de llevar la razón y sólo escuchamos a quienes nos la dan, en el fútbol de los infinitos subfútboles, el de los grupúsculos cada vez más cerrados y las audiencias hiperfragmentadas, en este planeta global pero de productos culturales casi individualizados…, la tarea del seleccionador español masculino (construir un equipo que sea el equipo de todos) se antoja sin duda imposible.
Lo más probable es que los españolitos enormes y bajitos hagamos por una vez algo a la vez y, tras aguardar un período de prudente carencia, lo acabemos echando a gorrazos. Como hemos hecho siempre con el que se ha puesto ahí, justo en medio.
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