Deportes populares
Todos los deportes
Mostrar todo

Rivalidad sana, respeto y educación

Rubén Uría

Actualizado 23/09/2015 a las 19:34 GMT+2

Albert Camus dijo que la estupidez insiste siempre. Para combatirla existe un antídoto: respeto y educación. Rivalidad sana, pero con clase.

Griezmann en el Sevilla-Atlético de Madrid

Fuente de la imagen: EFE

Atlético, Valencia y Sevilla, con sus diferentes identidades, son almas gemelas que comparten genética: afición gigante, dirigentes pequeños. También coinciden en su fin último: la ilusión por destronar a los dos de siempre. Condenados a reinventarse, a vender para poder comprar, a tapar los agujeros de sus directivas y competir con dos mastodontes sabiendo que les pueden comprar a sus mejores jugadores, Atlético, Valencia y Sevilla, con sus diferentes dientes de sierra, épocas y rachas, compiten bajo la misma bandera. De ahí que resulte sorprendente que parte de los hinchas colchoneros, chés y sevillistas hayan desarrollado una animadversión creciente hacia clubes a los que solían ver como simples rivales y a los que hoy, con una fobia desmedida, desprecian por sistema. Atlético, Valencia y Sevilla, con sus distintas peculiaridades, fueron concebidos con el mismo fin, competir por la primera plaza.
Durante años, Atlético, Valencia o Sevilla adoptaron el papel de meretriz agradecida en materia de derechos de televisión. Bien estaba que Madrid y Barça, los de más audiencia, fuesen los mejor pagados en el reparto, pero nadie podía procesar cómo era posible que colchoneros, chés y sevillistas tragasen con un reparto abusivo, que les condenaba a competir en inferioridad. Los tres clubes, únicas alternativas de poder en estos momentos – ojalá se incorporen Athletic o Villarreal en el futuro- para romper el bipartidismo que promueven autoridades y medios de (in) comunicación, vegetaron hasta que Del Nido denunció un sistema viciado, aquella famosa “liga de mierda”, que sirvió para que los aficionados animasen a borrar con el codo lo que sus dirigentes habían firmado con el brazo. Es decir que, durante lustros, los únicos que podían acabar con la dictadura del duopolio integrado por Madrid y Barça, perdieron su derecho a sentarse en el banquete la bicefalia, porque se conformaron con recoger las migajas que se les caían de la mesa a los dos de siempre.
Hoy resulta paradójico comprobar cómo, de manera obtusa, muchos aficionados de Atlético, Valencia o Sevilla – no todos, afortunadamente-, se comportan de la misma manera que sus dirigentes. Lejos de aspirar a ser alternativa para derribar a dos potentes multinacionales, han decidido embarcarse en una guerra sucia entre aspirantes. Como si se conformasen con pegarse entre ellos por las migajas de los más grandes, como si no aspirasen a sentarse en su mesa. Siempre existió un antagonismo latente y lícito entre atléticos, sevillistas y valencianistas, de tal modo que los hinchas de uno y otro, mantenían una rivalidad directa, pero sana. Una que consistía en querer ganar al contrario, pero no en regodearse del mal ajeno, ni en censurar cualquier mérito del bando opuesto. En aquellos tiempos, los aficionados de Atlético, Valencia y Sevilla, llevaban interiorizado, grabado a fuego y de serie, que su batalla era contra Madrid y Barcelona, porque el resto, aún siendo rivales, pertenecían a una clase común, la del querido enemigo.
De todos es sabido que la relación entre Madrid y Barça tiene naturaleza de historia de desamor eterno. Un desafecto ancestral entre aficiones que, lamentablemente, con la contribución inestimable de los medios, crece cada día más, al punto que la rivalidad deportiva extrema ha sobrepasado los límites de lo tolerable. De un tiempo a esta parte, esa aversión, que va más allá de lo deportivo y cuyas olas tocan las playas de la política, ha sido heredada por otras aficiones que, al calor de las redes sociales, han puesto de moda una mezcla de odio, rencor y desprecio. La moda, en plena efervescencia, se ha instalado hoy entre muchos aficionados atléticos, valencianistas y sevillistas. Mofas, befas y sentimientos pisoteados con gratuidad son el pan nuestro de cada día. Injuria y calumnia al poder. Como pasatiempo y deporte olímpico, el constante juicio paralelo y sumarísimo de situaciones idénticas que se aplauden o criminalizan dependiendo del color con que se mire. Frente a lo distinto, el menosprecio.
Es una dieta dura: mucho insulto y poca clase. Corren malos tiempos para la lírica. Ahora uno es menos hincha del Valencia si tira una flor al Atlético, es menos atlético si desea un Valencia grande y competitivo, es menos sevillista si ensalza a Simeone y deja de ser colchonero si reconoce que el club hispalense tiene años de orgullo y casta. Así es este nuevo fútbol de pandereta, insulto fácil y rivalidad peor entendida, donde la intransigencia reparte carnés de buenos y malos aficionados, donde algunos se creen con derecho a juzgar y negar la condición y colores de otro. Es la intolerancia surrealista de algunos aficionados que, durante años, se quejaron y sufrieron, en silencio, como las hemorroides, lo que ellos calificaban como el peor vicio de los hinchas de Madrid y Barça, la prepotencia y el desprecio sistemático al otro, a que siempre solían mirar por encima del hombro.
No deja de ser paradójico que los que se pasaron años quejándose amargamente, y con razón, de la prepotencia ancestral de algunos aficionados de los clubes ricos, hayan hecho suyo ese defecto, multiplicando sandez por sandez. Albert Camus dijo que la estupidez insiste siempre. Para combatirla existe un antídoto: respeto y educación. Rivalidad, pero con clase. El día que los aficionados de los equipos que aspiran al poder dejen de insultarse entre ellos y echarse porquería encima, reconociendo los méritos ajenos, habrán dado un pequeño paso hacia la grandeza de su club y un paso, gigantesco, para conseguir que esta Liga no sea una “liga de mierda”.
Rubén Uría / Eurosport
Únete a Más de 3 millones de usuarios en la app
Mantente al día con las últimas noticias, resultados y deportes en directo
Descargar
Compartir este artículo
Anuncio
Anuncio