Los viernes de Iván Castelló: Tonto el que lo lea

Sí, somos los periodistas deportivos, los mismos que estamos sufriendo un cambio de ciclo promovido por el negocio (siempre es así, el negocio por delante, como en todo, ojo) y los nuevos hábitos que ha construido en un periquete de tan solo veinte años la nueva imprenta de Gutenberg, el internet que todo lo ha cambiado en este siglo XXI. Teléfonos móviles antes que kioscos de periódicos, podcasts bajo demanda antes que radios que obligan a trasnochar y streamings antes que otros programas de las televisiones.

Porque esto ya no es lo que era. Los hay que creen que significa el apocalipsis, el acabose del único periodismo deportivo posible, el suyo. Y están también los que tratan de adaptarse, aunque sea probablemente tarde ante la pujanza de los otros, aquellos nuevos que están llevándose a la audiencia en oleadas mientras lo convencional sigue viéndolas venir. Algo así como la venganza de Piqué.

No es difícil aventurar que los que saldrán airosos serán los que se amolden al nuevo karma, a esa combinación de frescura y gadgets para acercar la conversación, para mostrar nuevas maneras de hacer periodismo que acabe con la chufla y lo casposo de la prensa feliz pero frentista. Que estamos en línea generales hartos de los negacionistas, que no hay más ciego que el que no quiere ver o que el que ni ve de tanto tintineo de hielos. Y el mejor camino va a ser recuperar la calidad para reeducar a una audiencia a veces anestesiada por espectáculos con menos credibilidad que la Superliga de Florentino y Laporta.

Y luego está la tecnología, bendita tecnología, la que permite emitir por nada en YouTube y Twitch y alcanzar a más audiencia que desde un plató convencional de televisión y el entramado organizativo profesional que implica. La misma tecnología que nos ha permitido teletrabajar para mantener a salvo al negocio en plena pandemia, mientras que hace dos días aquel que pedía trabajar desde casa era considerado un jeta. El típico liante. Que esto sucedía hace dos telediarios y ahora es impensable volver a las cavernas de redacciones temerosas y vigiladas por infelices de manual.

Que esto está cambiando muy deprisa, que ya no se venden apenas periódicos y que cualquier exclusiva de deportes lleva añadida la coletilla “a día de hoy” a modo de airbag. Aunque la inagotable fuente de expectación sigue ahí: todos queremos más de este mercado de la actualidad deportiva tan poco trascendente pero a la vez tan estimulante para nuestros sentidos.

Y para superar el vértigo no hay nada mejor que elegir medios de confianza, saber ver, leer y escuchar, huir del clickbait (el tonto el que lo lea de reclamo como si el público fuera el de un concierto de Kaka de Luxe), rechazar la mentira interesada y distinguir entre información y pleitesía. Casi nada. Todo un reto. Pero merecerá la pena.