Deportes populares
Todos los deportes
Mostrar todo

Renegando de Roger Federer

Sergio Manuel Gutiérrez

Actualizado 23/09/2022 a las 13:17 GMT+2

Este artículo iba a ser otro y se iba a titular de un modo más agresivo: “Por qué detesto a Roger Federer”. Pero lo cierto es que no detesto al tenista suizo, y por eso fui incapaz de escribirlo. También un poco porque no tuve valor. Sí me rebelo estandarte en alto contra la hagiografía continua y perniciosa, contra esa loa omnipresente, sin oposición posible, de la figura de Roger.

Roger Federer wins through in Dubai (AFP)

Fuente de la imagen: Eurosport

Los disidentes estamos mal vistos. Quitémonos la careta. Proclamemos que el universo, y no nosotros, está equivocado.
No se trata de un artificio engañabobos, no voy a escribir una de esas columnas falsamente circulares que dicen arriba lo contrario de lo que concluyen abajo. No juego al equívoco facilón ni trato de ser más audaz de lo debido. Afirmo que Roger Federer es un campeón inútil, que no sirve ni puede servir de ejemplo para nadie (más allá de su pulcra corrección, de sus buenos modales, de su esforzada conducta), pues nadie ha poseído, posee ni poseerá una pizca de su talento incomparable.
Ya está, ya lo he dicho. Le he llamado campeón inútil.
No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde…", dejó escrito Javier Marías.

Rey por voluntad divina

Bien, por qué detesto (pero en verdad no detesto) al deportista llamado Roger Federer. Sobre todo, por esteta. Por elegante y no salvaje, por principesco y no villano. Por virtuoso plano, por superdotado satisfecho de sí mismo. Sin duda, por su simple condición de artista con éxito, pues los verdaderos artistas no habrían de tenerlo. Por perfectito, por carecer de defectos. Por no estar loco o no parecerlo. Porque hizo realidad nuestros sueños y sin sueños sólo queda este vacío. Reniego de Roger Federer porque no fue el héroe que necesitábamos, sino aquel que confirmó todos los estereotipos contra los que habríamos de levantarnos.
Nuestros tiempos se han hecho ñoños, melindrosos, en verdad mojigatos. Nadie quiere ver nada de lo que hay que ver, ni se atreve a mirar", le espeta Wheeler (personaje de Marías) al narrador de 'Tu rostro mañana'.
Roger es elocuente y encantador, un excelente comunicador, soporte publicitario universal y sin competencia, un extraordinario vendedor. Es el delegado de clase y el favorito de los profesores. Es el protagonista de la película, el capitán del equipo de fútbol en el instituto y bla, bla, bla, ya se sabe, el baile de fin de curso y la guapa de las animadoras. Es el adulto emprendedor que emprende con dinero de papá, el empresario de éxito que encontró ya levantado un imperio. Es, en definitiva, un triunfador predestinado. Es rey por linaje, por designación divina, no por mérito ni por voluntad plebeya. Es el que siempre gana (incluso jugando al tenis) sin apenas haber sudado.
(Federer trabajó, sin duda. Se esforzó, sí. Hizo una promesa siendo un chaval y cambió sobre todo su carácter. Se moderó. Y se convirtió en un campeón. Qué podría haber hecho con esas condiciones innatas, si no.)

La perfección

Fue la perfección, nos dicen. Y es cierto, si uno piensa el mundo como un lugar ya elaborado, más o menos perfecto.
Roger Federer era infalible, demasiado excelso para pasar por humano. Nadie podía reconocerle una sola debilidad, no había manera de criticar su tenis.
Tácticamente es discreto para la élite, no tiene plan B… por lo bueno que es", contó una vez Jordi Arrese en Eurosport (como nos ha recordado estos días mi amigo Fernando Gómez).
Incluso sus pequeñas imperfecciones formaban parte, en el relato más extendido, de una perfección de orden mayor, una convención arraigada en el imaginario colectivo e indiscutible ya hasta el final de los tiempos. Como mucho, y para explicar sus derrotas, se deslizaba la idea de que Roger podía experimentar por momentos pequeños problemas técnicos, transitorios, como los que sufre un sofisticado robot o una compleja maquinaria industrial. Ninguna de sus virtudes, ninguno de sus aciertos, era mundanal ni podía considerarse al alcance del aficionado medio.
Se desenvolvía por la pista con una extraordinaria soltura natural. Sin poseer las condiciones de un atleta sobresaliente, se anticipaba a los movimientos de su rival. Llegaba allí donde le iban a jugar sin apenas apurarse, como si disfrutara el don de la ubicuidad. Y la raqueta (ah, su raqueta)… La raqueta formaba parte de ese organismo, semejaba una extensión ortopédica o biónica del cuerpo elegante, atractivo, que gastaba. Obtenía una aceleración de bola descomunal con un gesto técnico impecable, espontáneo y discreto. Corría la leyenda urbana de que Roger era capaz de variar notablemente la tensión de su cordaje en función del rival, del tipo de bolas, de las condiciones ambientales y de la superficie, sin perder por ello un ápice de precisión, efecto, velocidad o profundidad. (La leyenda fue desmentida por su encordador personal, pero en el fondo da igual).
Sí, Roger Federer es (era) un tenista perfecto. El tenista imposible y el que todos habíamos llegado a imaginar. Pero no vino a contarnos ninguna historia personal. Sólo la de su insólita facilidad para jugar.

El artesano contra el artista

Con frecuencia, el tenis de Federer ha resistido las comparaciones más exageradas con artistas de otros ámbitos. Porque, reconozcámoslo, él ha hecho arte, o al menos ha sublimado la ejecución de su oficio hasta el punto de convertirlo en pura belleza para una masa ingente de admiradores en todos los rincones del planeta.
Antes lo llamé muy a propósito campeón inútil. Cómo es que todavía nadie ha venido a insultarme, a recordarme con razón que Roger nos dio belleza y triunfo, y que la belleza y el triunfo no necesitan otra justificación. Repliquemos tales argumentos maldiciendo siempre la poesía concebida como un lujo. Y presentándonos allí donde se nos pregunte como enemigos de la guerra y también de su reverso, la medalla.
Samuel Beckett, el escritor que se saboteó a sí mismo, pensaba que el arte es casi siempre fracaso. Por eso abrazó con sinceridad ese fracaso, e hizo de él buena parte de su vida y de su obra. Es posible que el artista que triunfa ni siquiera sea un artista. Como mucho, será un buen artesano. Aunque, claro, a Beckett le dieron el Nobel.
Picasso era un misógino deplorable. Hemingway, un broncas. Frida Kahlo se autoafirmó desde la extravagancia. Simone de Beauvoir vivió una vida privada llena de contradicciones... Los genios son imperfectos. Los artistas tienen rarezas. Las mentes más elevadas de la humanidad, por un motivo u otro, siempre merecieron una buena reprimenda o fueron al menos rehenes de sus propias dudas. Si tienes altas capacidades, probablemente seas alguien hosco o retraído. Sientes que te asiste algún tipo de derecho adquirido, aunque por supuesto sabes que no, que si acaso es sólo una fantasía y además sería injusto. Miras la mediocridad que te rodea y piensas, eh, basta ya, esto no va conmigo. Pero Roger es perfecto, maldita sea. Nos deja a todos a la altura del betún.
Ronnie O’Sullivan, Usain Bolt, Michael Phelps, Nadia Comaneci, Serena Williams, Muhammad Ali, Tiger Woods, Lionel Messi… Sus taras, sus traumas, sus pequeñas o grandes miserias, fueron siempre muy visibles para quien quiso mirar. Roger Federer podía ganar dos Grand Slams seguidos al tiempo que se casaba y tenía su primer par de gemelos. No parecía humano, el tío. Nada lo perturbaba.

La muerte deportiva

Federer trasciende los números, es más importante que su palmarés. Cuando alguien afirma esto, por lo general nos está diciendo que considera al gran Roger el mejor tenista de todos los tiempos. Diga lo que diga por ejemplo el total de títulos de Grand Slam. (Y no me parece mal).
Las carreras deportivas son cortas, comúnmente, y su fin produce un desasosiego muy comprensible en quien ha de reinventarse por completo casi de un día para otro. A qué me voy a dedicar, en qué emplearé mi tiempo. Siento un vivo interés por conocer qué va a hacer Federer, más allá de sonreír siempre con esa eterna cara de niño bueno. Qué historia (nueva, desde luego, porque antigua no podrá ser) nos va a contar.
La extrañeza o el dolor de miembro fantasma es una improbable sensación que al parecer experimentan las personas amputadas, capaces de sentir hormigueo, pinchazos o entumecimiento, calor o frío, en una parte de su cuerpo (el miembro amputado) que ya no existe o carece de vida. Creo que eso es lo que hemos sentido durante estos últimos años, cada vez que Roger faltaba. Dolor fantasma. Resulta extraño.
Extraño no poder habitar más la tierra. Extraño no poder ser más lo que se era y tener que desprenderse aun del propio nombre. Extraño no seguir deseando los deseos. Y penosa la tarea de estar muerto". (Javier Marías)
Desconocemos en qué momento Roger Federer tomó la decisión final, cuándo se dio cuenta de que ya no podría regresar, ser más lo que él era, habitar más la tierra, la hierba, la pista dura.
Únete a Más de 3 millones de usuarios en la app
Mantente al día con las últimas noticias, resultados y deportes en directo
Descargar
Compartir este artículo
Anuncio
Anuncio