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Blog Uría: El ocho

Rubén Uría

Actualizado 31/08/2015 a las 18:20 GMT+2

Se va el ocho del Atleti. Ese futbolista criticado, al que la gente no quería, que logró salir ovacionado cada domingo por los mismos que no le profesaban afecto. Se va Raúl García Escudero, ese al que se quería vender cada verano y que recuperó para la causa Simeone.

Raúl García (Atlético de Madrid)

Fuente de la imagen: EFE

Ese que abrió muchas bocas que le acusaban de falta de clase y que acabó tapándolas todas a base de goles, con una cabeza de oro y una escopeta en ambas piernas. Se va Raúl García, el gol de cada día. Su oficio, competir. Su estatus, conquistado a todo a pulmón, miembro casi fundador de los legionarios del cholismo. Raúl García, historia del Atlético, se muda a pastos más verdes. Su decisión de vida – así lo describió Simeone-, le depara un nuevo horizonte en el Athletic, un club que siempre llamó a su puerta. Allí tendrá minutos. Todos los que su ambición, lo único más grande que su ardor guerrero, demanda. Se va un ídolo del Calderón. Un tipo reservado, honesto, discreto y comprometido. Alguien que nunca quiso ser noticia, que nunca quiso ser polémico, que nunca reclamó los focos de la prensa, que nunca se sintió cómodo aireando sus historias. Se va un tipo recto, de los que tiene palabra. De los que no vive del autobombo, de los que no necesita campañas, de los que no tiene propaganda.
Se va el ocho del cholismo. Se va un futbolista al que muchos aficionados, mayoritariamente los que no son del Atlético, dibujan como un jugador hosco, bronco y protestón. Uno de esos odiosos, de los que quieres tener en tu equipo pero nunca en contra, porque calan hasta el hueso. Se va alguien a quien nunca afectó la fama de “paquete” que muchos, incluso hinchas atléticos, le cargaron a la espalda, siendo condenado por medio Manzanares.
Se va alguien que regó el campo con sudor, que se empleó a fondo y que derribó la puerta del éxito a golpe de gol. Lo hizo con entereza. Con hombría. Absorbiendo las críticas, feroces e injustas, canalizando su energía para mejorar y demostrar que era mejor de lo que se pensaba. “No me quejo, pero todos saben me colocan fuera de mi sitiol”. Aquella confesión de parte a quien esto escribe, en un restaurante madrileño en tiempos de Aguirre, cayó en saco roto durante años.
Por aquellos días, no era fácil ser Raúl García. Es más, a veces, era una tortura. Del ocho navarro había tres. Se contaban con los dedos de una mano. Y sobraban. Él, la verdad sea dicha, nunca dejó de creer. Nunca bajó los brazos. El cambio llegó con Simeone: liberó a García del mediocentro, le acercó al área y le concedió carta blanca para llegar desde segunda línea. Raúl respondió al reto. Con un sobresaliente.
Pieza clave del equipo, maduró, compitió y se forjó una coraza de acero para trepar por los corazones de los atléticos. Si no entraba en la convocatoria de Simeone, al día siguiente acudía a entrenar, en solitario, a las ocho de la mañana. Si no hacía gol en alguna ocasión clara, la mañana siguiente redoblaba esfuerzos en la sesión de tiro. Si no se sentía físicamente a tope, pedía más carga en los entrenamientos.
Si le decían que no podía ir a la selección, crecía aún más y no descansaba hasta ir convocado. Siempre ese punto de rebeldía, siempre ese punto de competitividad extrema. Siempre ese trabajo, silencio y sudor. Con menos prensa que muchos y más esfuerzo que todos, Raúl volteó las críticas y se ganó el respeto del Calderón.
Se va alguien que logró cambiar la opinión de una afición. No hay un título más preciado que ese. Alguien que llegó siendo dudoso y se marcha siendo leyenda. García, además de su gol de cada día, dejó su esencia en el sur de Madrid. Se va superando a Luis Aragonés – el ocho más mítico de la historia rojiblanca- como jugador con más partidos en la Copa de Europa. Y se va con el cariño de todos los que algún día le criticaron. Se va un señor que ha tomado una decisión de vida. Se va el hermano generoso del vestuario, ese que nunca quiso hacer ruido, ese que nunca dejó que otros conocieran su verdadera forma de ser. Se va el tipo que nunca vendió humo y que dejó una estela de goles, sudor y títulos. Se va un hombre.
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