Del Clay de Roma al Ali de Atlanta: el fuego y la llama

Si bien forjó su fama y fortuna como profesional al reinar en la división de peso pesado en los años 60 y 70, el boxeador más célebre de todos los tiempos también tuvo una historia olímpica poderosa y singular. Desde el impresionable Cassius Clay que ganó una medalla de oro en Roma en 1960 hasta el icono mundialmente famoso Muhammad Ali que iluminó Atlanta.

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Del Clay de Roma al Ali de Atlanta: el fuego y la llama

Un oro. Un rio. Una medalla tirada, ¿O quizás perdida? Un adolescente entusiasta, brillante y enérgico en el ring. Un cincuentón enfermo y frágil en un estadio. Una llama ardiente. Una segunda medalla. Dos épocas. Dos continentes. Dos juegos. Dos nombres. Un hombre. Una historia.
Aunque forjó su estatus de leyenda en combates contra Sonny Liston, Joe Frazier, Ken Norton o George Foreman, Muhammad Ali también permanecerá siempre ligado de manera indeleble a la gran historia de los Juegos Olímpicos. Dejó su huella en dos momentos y en dos contextos que nada tienen que ver, separados por casi medio siglo. No fueron los Juegos Olímpicos los que hicieron de Ali "El más grande", pero su papel decisivo le dio al boxeador un lugar único en el folclore de los Juegos.
El viaje de Cassius Clay para convertirse en Muhammad Ali estuvo salpicado de gloria y controversia. Ya como Ali, Clay se convirtió en una de las personas más reconocibles de todos los tiempos, pero su segunda encarnación ya se atisbaba en la primera. Valiente, hablador, encantador, irresistible, insoportable, un mítico megalómano convencido de su propia grandeza: Clay ya era Ali.
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Tenía 12 años cuando pisó un gimnasio por primera vez, el Columbia Gym, dirigido en Louisville por Joe Martin, su entrenador y mentor. "¡Seré el más grande, me convertiré en campeón mundial del peso pesado!" le gritaba a cualquiera que quisiera escucharle (e incluso a todos aquellos que no lo hicieran). Esa actitud no le hizo especialmente querido por sus compañeros, quienes rápidamente se cansaron de sus fanfarronadas.
Pero Martin estaba convencido de las habilidades del adolescente desde el principio. Napoleón ya se gestaba dentro de Bonaparte. El Clay adolescente claramente llevaba dentro de él los atributos de un futuro campeón.

Miedo a volar

En su autobiografía, The Greatest - My Own Story, publicada en 1975, Ali minimizó el papel desempeñado por Joe Martin en su ascenso a la fama. Sin embargo, generalmente se acepta que Martin fue responsable de gran parte de lo que lo hizo tan exitoso. Merece elogios por enseñarle a boxear, por pulir sus aristas y, no menos importante, por convencerlo de que se subiera a un avión.
Seis años después de ponerse un par de guantes por primera vez, Cassius Clay había comenzado a sembrar el terror en cualquier ring al que entrara. Ganador de los Guantes de Oro, era un referente en los torneos amateurs en Estados Unidos en la división de peso semipesado en 1959 y luego en los pesos pesados en 1960. Como era lógico el joven Cassius Marcellus fue seleccionado para representar a Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de Roma.
Pero al igual que su alter ego ficticio M.A (que, por supuesto, aún no existía), el prodigio pugilista tenía fobia a volar. Es posible que formase parte del Equipo A de los EE. UU., pero se negaba a hacer el viaje debido a su negativa a subirse a un avión. Cuando preguntó si podía llegar a Italia en barco o en tren, se le explicó cortésmente que la primera solución no era razonable y la segunda imposible. "Lástima, entonces no iré a los Juegos", dijo Clay.
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Cassius Clay

Fuente de la imagen: Getty Images

Su miedo a volar en realidad tenía su origen en una experiencia previa. Unos meses antes, durante un viaje a California para las eliminatorias olímpicas, el turbulento vuelo le había dejado algunos recuerdos escalofriantes. Tanto es así que estuvo dispuesto a sacrificar su ambición olímpica. "Si haces eso, perderás la oportunidad de ser campeón olímpico, porque la medalla lleva tu nombre", le dijo Martin. Clay no tenía ninguna intención de subirse al avión, afortunadamente su entrenador era tan terco como él.
Como Martin explica en un documental de HBO sobre Ali, finalmente fue capaz de convencer a Clay: "Lo llevé a Central Park aquí en Louisville y tuvimos una larga charla durante un par de horas, lo calmé y lo convencí de que si quería ser campeón mundial del peso pesado tenía que ir a Roma y ganar los Juegos Olímpicos".

Roma, el nacimiento de un mito

La joya del equipo estadounidense finalmente subió a bordo, pero todavía no estaba tranquilo. Clay incluso trató de obtener estadísticas de la Fuerza Aérea de los EE. UU. sobre la frecuencia de accidentes en vuelos entre EE. UU. y Roma. Cuando llegó al aeropuerto de Louisville que, irónicamente, años después sería rebautizado con su futuro apellido musulmán en 2019, dos años y medio después de su muerte, Clay se llevó un paracaídas con él. Sus amigos intentaron explicarle que, en caso de accidente, esto no sería de gran ayuda, pero sus palabras cayeron en saco roto.
Como ocurre con muchos episodios de su tumultuosa existencia, existen diferentes relatos en torno a su comportamiento durante ese vuelo. Todos ellos evocan a un pasajero inquieto y estresante. Algunos dicen que pasó el vuelo gritando y rezando. Otros afirman que vagó por la cabina, hablando con todos los atletas olímpicos a bordo y prediciendo cuáles se llevarían a casa una medalla de oro. (No hace falta decir que se incluyó a sí mismo en esta selecta lista). La verdad probablemente esté en algún punto intermedio. Pero realmente no importa. Con Clay como con Ali, la leyenda a veces es más hermosa que la realidad. Y en cualquier caso todo el mundo lo aceptará como la verdad.
El chico de Louisville habría cometido un gran error al no ir a Roma, uno que podría haber lamentado, porque en el ring, su técnica y velocidad causaron sensación. Estaba encendido desde el principio. En primer lugar, el estadounidense superó al belga Yann Becaus, cuyo nombre lo hizo reír, luego al campeón olímpico de peso medio de 1956, Gennady Shatkov, y, también a los puntos, al australiano Tony Madigan.
Solo un boxeador se interponía entre él y el oro: un tal Zbigniew Pietrzykowski. No solo necesitaba derrotarlo, sino que tenía que hacerlo de manera convincente, porque justo antes de su final se había producido otro duelo polaco-estadounidense por el oro, que se había saldado con la victoria, en medio de una cierta polémica, de Eddie Crook por puntos ante Tadeusz Walasek.
Los espectadores del Palacio de los Deportes claramente pensaron que era un escándalo. “Al subir al ring, sabía que tenía que ganar sin dejar lugar a dudas”, diría Clay más tarde.
Pietrzykowski, de 26 años, con más de 230 peleas de aficionado en su haber, tenía mucha más experiencia que Clay. El joven aspirante, incómodo por el estilo de su rival, sufrió desde el principio por encontrar su distancia.
Comenzó a recuperarse en los últimos compases del segundo asalto, aunque al final del mismo, seguía detrás del polaco a los puntos. Pero pronto se desataría una tormenta en el ring. Si Pietrzykowski quería guerra, la iba a tener.
"El verdadero estadista es el que está dispuesto a correr riesgos", dijo Charles De Gaulle. Esto a menudo también se aplica al boxeo.
En el último asalto, Clay se desbocó. Una tormenta arrasó al desafortunado polaco que, con enorme mérito, seguía en pie a pesar de los golpes que le cayeron encima. Por decisión unánime, Cassius Clay fue coronado campeón olímpico de peso semipesado. Se había redactado el certificado de nacimiento de un campeón cuyo rostro y nombre (tanto el actual como el próximo) el mundo entero pronto conocería.

El alcalde de la Villa Olímpica

En Roma, el tornado de Louisville se sentía como pez en el agua. Sobre todo en la villa olímpica, que aprovechó al máximo tanto antes como después de su título. Si los selfis hubieran existido por aquel entonces, Clay se habría tomado una foto con todos. Su personalidad sociable lo convirtió en uno de los favoritos de los Juegos, popular entre los atletas de todos los continentes, quienes lo apodaron “El Alcalde de la Villa”.
“Cassius fue, sin duda, uno de los atletas más populares en la villa olímpica el verano pasado”, escribió Dave Kindred en el New York Times en 1961. “Estaba haciendo amigos e influyendo en la gente de todas partes. Anhelaba la publicidad, pero también la atraía con la inexorabilidad de un imán que atrae las limaduras de acero".
Kindred es posiblemente el periodista que más ha escrito sobre Clay y Ali. En su libro, Sound and Fury, que evoca el vínculo entre Ali y el periodista Howard Cosell en la década de los 70, relata una anécdota de los Juegos de Roma que dice mucho sobre su deseo de reconocimiento: “En una foto del equipo de boxeo de los Estados Unidos del 60 Clay, que estaba atrás, inclinó la cabeza. Estaba al final de la fila, pero se aseguró de que todos lo vieran asomándose para que su cara apareciera en la imagen. Quería ser famoso a toda costa".
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Cassius Clay

Fuente de la imagen: Eurosport

Detrás de esa fachada se escondían los cimientos invisibles del joven campeón, y los de un completo adicto al trabajo. Desde los 15 años, Clay se sometió a un régimen de entrenamiento espartano, más cercano a un profesional experimentado que al de un aficionado, y mucho menos al de un adolescente. Clay se levantaba a las 4 a.m. e, incluso con -10 grados, salía a correr por las calles de Louisville mientras el resto de la ciudad dormía o apenas se despertaba.
John Powell trabajaba en ese momento en una licorería. Siempre el primero en llegar, antes de que abriera la tienda, para recibir las entregas, Powell se acostumbró a ver a Clay trotando temprano por la mañana, sin importar el clima. Más tarde le dijo a Sports Illustrated:
“Podía ver su sombra viniendo por la esquina de Grand Avenue. Clay se dirigía a Chicksaw Park. Mañanas frías y oscuras de invierno. Veías llegar esa sombra. Era la única persona a la que te podías encontrar tan temprano. Yo salía, él se detenía un instante y hacía sombra. Una vez me dijo: "Algún día serás el dueño de esta licorería y yo seré el campeón mundial de peso pesado". Ambas cosas se hicieron realidad".

El idilio platónico con Wilma Rudolph

El final del verano de 1960 marcó su primer paso hacia la notoriedad mundial. Tanto dentro como fuera del ring, como recuerda Kindred: “Los Juegos lo convirtieron en una celebridad instantánea. Era un hombre hermoso. Era ruidoso, divertido y tuvo un gran éxito al ganar la medalla de oro a los 18 años".
En ese momento, sin embargo, todavía era solo un niño de Kentucky y la poderosa delegación estadounidense estaba llena de nombres más famosos que el suyo. Al menos momentáneamente. Una de esas estrellas era la velocista Wilma Rudolph, con quien Clay intimó mucho.
Rudolph fue la reina de los Juegos de Roma con su triplete en los 100m, 200m y 4x100m en la pista del Estadio Olímpico. Ella y Clay se conocieron bien durante su quincena dorada en la capital italiana. De hecho, quizás solo la intensa timidez del joven Clay, que tan a menudo escondía detrás de su charla, fue lo que impidió que su relación fuera más lejos.
En un artículo de Sports Illustrated en 1992 celebrando el 50 cumpleaños de Ali, la revista repasa esa intensa amistad platónica: “Los dos atletas se habían hecho amigos en los días que pasaron juntos en Roma. Clay era dulce con Rudolph, pero era demasiado tímido para decirle lo que sentía. Su timidez con las chicas era dolorosa. Se había desmayado la primera vez que besó a una, dos años antes, y necesitaron un paño frío para recuperarlo. Así que ocultaba su timidez con bravura".
"Sus compañeros lo amaban", recuerda Wilma Rudolph en el mismo artículo. “Todo el mundo quería verlo. Todos querían estar cerca de él. Todos querían hablar con él. Y él hablaba sin parar. Siempre te mantenía expectante sin saber lo que iba a decir”.
Después de sus triunfos, los dos campeones olímpicos pasaron más tiempo juntos, en Nueva York y en Louisville, donde Wilma lo visitó, sin saber cómo reaccionar cuando Clay, desde su automóvil, arengaba a los transeúntes con fuertes gritos de: “¡Mirar! ¡Aquí está ella, aquí abajo! Es Wilma Rudolph. ¡Ella es la más grande! Y yo soy Cassius Clay. ¡Soy el mejor!"
"Lo vi claro desde el principio", dice Rudolph. “Aquello era de locos”. Siempre le dije: 'Deberías estar en un escenario’”. Aunque bien pensado, quizás ya lo estaba. Porque a lo largo de su carrera en el boxeo, Ali montaba un espectáculo y agotaba la taquilla.

Clay, un americano orgulloso

Pero en 1960, aquello no era una actuación. Clay no perdió ninguna oportunidad de gritar a los cuatro vientos que era campeón olímpico. Estaba orgulloso de sí mismo pero también de su país. “Todavía puedo verlo pavoneándose por el pueblo con su medalla de oro puesta”, recordaba Rudolph. “Dormía con ella. Iba a la cafetería con ella. Nunca se la quitaba. Nadie más la apreciaba de la forma en que él lo hacía".
Él mismo lo confirmó: “No me quité esa medalla durante 48 horas. Incluso me la llevé a la cama. No dormí demasiado bien porque por primera vez tuve que dormir boca arriba para que la medalla no me cortara. Pero no me importaba, era campeón olímpico".
Durante el desfile de campeones olímpicos en Nueva York, se pudo ver a Clay en Times Square con la medalla todavía alrededor de su cuello. A su regreso a Louisville, fue recibido como un héroe. La bandera estadounidense colgaba del porche de su casa y su padre, que había pintado los escalones de la entrada de rojo, blanco y azul, lo recibió con una conmovedora interpretación del himno estadounidense. El ayuntamiento de Louisville organizó una ceremonia y luego el gobernador de Kentucky hizo otra para homenajear al héroe local.
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Del Clay de Roma al Ali de Atlanta: el fuego y la llama

Fue Cassius Clay, el hijo de América, quien se cubrió de oro en Roma. Si alguien hablaba mal de su país, él era el primero en defenderlo. Por ejemplo, en Italia, durante una conferencia de prensa después de su victoriosa final, un periodista soviético lo provocó con una pregunta sobre la segregación en los Estados Unidos: “Como hombre negro, ¿cómo se siente ante el hecho de que no se le permitirá comer en ciertos restaurantes cuando vuelva a casa? "
Consciente de la trampa y molesto de que alguien atacara a "su" país, Clay respondió tan rápido y en voz alta como en el ring: "¿Eres ruso? Bueno, tenemos hombres cualificados trabajando en ese problema. Tenemos los coches más grandes y bonitos. Tenemos toda la comida que podemos comer. Estados Unidos es el país más grande del mundo, más grande que el tuyo, y en lo que respecta a los lugares en los que no puedo comer, tengo muchos lugares en los que sí puedo hacerlo, más lugares en los que puedo de los que no".
El mismo hombre que pronunció esas palabras, siete años después, dividiría la opinión pública y a los medios estadounidenses al negarse a incorporarse al ejército e ir a Vietnam. Pero en aquel entonces Clay ya se había convertido en Ali. La ruptura entre el orgulloso patriota Clay y su idealismo e incluso su ingenuidad, se materializaría rápidamente. A su regreso de Roma, fue agasajado con un recibimiento digno de un rey, pero seguía siendo un hombre negro en un estado del sur donde la segregación no solo era una ley, sino una forma de vida.
Clay podía ser campeón olímpico, pero era, sobre todo, negro.

Acaba la luna de miel, las ilusiones se hacen añicos

El 29 de octubre de 1960 Clay disputó y ganó su primera pelea profesional contra Tunny Hunsacker. Fue el comienzo de una larga marcha hacia el cinturón de los pesos pesados. Al bajar a la tierra desde su apogeo olímpico, y aún muy lejos de ser el rey del mundo, Clay comprendió rápidamente que la fiesta había terminado. Esperaba que su condición de campeón olímpico le otorgara el respeto y los derechos que no tenía. Pero estaba equivocado, a nadie le importaba su medalla, especialmente en los establecimientos solo para blancos.
Acompañado de su amigo Ronnie King, Clay entró en un restaurante prohibido para los negros. Se sentaron y pidieron un par de hamburguesas y batidos de vainilla. La camarera avergonzada les dijo resignada que no le permitían servirles. "Señorita, soy Cassius Clay, el campeón olímpico", dijo, mostrándole la medalla que llevaba consigo a todas partes.
Fue a ver a su jefe, pero él fue tajante: “Me importa un bledo quién sea. Te lo dije, aquí no servimos a negros".
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Muhammad Al

Fuente de la imagen: Eurosport

"Está bien, entonces no me los comeré" respondió, supuestamente, Clay después de escuchar el comentario del propietario. Aquel fue un momento decisivo para el joven campeón, que en ese instante vio la luz: “Mi luna de miel olímpica había terminado. Las ilusiones que me había creado en Roma como el “All American Boy” se habían evaporado".
Molesto por la respuesta petulante de Clay, una pandilla de motociclistas blancos acudió en ayuda del propietario para echar a los dos intrusos. Una vez fuera, dos de estos motociclistas continuaron atacándolos en lo que se convirtió en un violento enfrentamiento. Habían elegido a la persona equivocada con la que pelear. Más tarde, Clay y King se encontraron junto al río para lavar sus ropas ensangrentadas. De pie en el puente Jefferson, Clay se quitó la medalla del cuello y la arrojó al río Ohio.
Más tarde escribiría: “Por primera vez, la vi como lo que era. Ordinaria, solo un objeto. La lancé. La medalla había desaparecido, pero yo me sentí tranquilo, relajado y con mucha confianza. Mis vacaciones en Roma habían terminado. Me sentí con bríos renovados”.
La medalla se hundió profundamente en el lecho del Ohio, ese momento sirvió como punto de inflexión en la existencia tanto del hombre como del campeón. Aunque no renunciaría a su "nombre de esclavo" hasta 1964, es ahí donde Cassius Clay, en espíritu, comenzó a ceder el paso a Muhammad Ali.
Esta anécdota, todo menos anecdótica, de su amada medalla arrojada al río para liberarse de unos Estados Unidos que celebraba las gestas de un campeón pero que se negaba a reconocer sus derechos, es poderosa y simbólica. ¿Pero es verdad? Ali no mencionó el episodio hasta 1976, en su autobiografía. El hecho de que nunca lo hubiera mencionado durante los últimos 15 años invitaba a un cierto grado de escepticismo en cuanto a su veracidad. ¿Fue, preguntaron, un medio para reescribir la historia retrospectivamente y agregar así aún más leyenda a la leyenda?

Creo que simplemente la perdió

Sesenta años después, seguimos sin saber toda la verdad detrás de la medalla perdida de Ali. En 2016, en un documental de Sports Detective publicado, por una extraña coincidencia, al día siguiente de la muerte de Muhammad Ali, el exagente del FBI Kevin Barrows y la periodista Lauren Gardner partieron en busca de la verdad.
En el documental se presenta el testimonio de Victor Bender, amigo de la infancia del boxeador. Clay nunca le dijo si la historia de la medalla arrojada al Ohio era cierta o no, pero tiene su teoría: "Creo que simplemente la perdió". Es una teoría que se repite en varias biografías de Ali, incluida una de las más famosas, la de Thomas Hauser, Muhammad Ali: His Life and Times.
Mientras realizaban la investigación en Louisville, los autores del documental descubrieron hasta qué punto la medalla de oro de la celebridad local seguía siendo un tema de debate. "Es una ciudad dividida sobre este asunto, por lo que no se trata solo de una de esas leyendas urbanas ante las que la gente se encoge de hombros", explicó Barrows en el momento de la emisión. “Se muestran firmemente convencidos y están muy divididos dependiendo de quién seas. Toca gran parte de la historia y los sentimientos y divisiones profundamente arraigados en su ciudad natal".
Lo único cierto es que, ya fuera arrojada o perdida, la medalla de oro nunca reapareció, pero otra aparecería en su lugar...

Ali y el Dream Team

Atlanta, 4 de agosto de 1996. Los Juegos de la XXVI Olimpiada estaban llegando a su fin. La final de baloncesto, uno de los últimos grandes eventos de la quincena, enfrentaba a Estados Unidos y Yugoslavia. En el descanso, los vítores inundaron el Georgia Dome cuando la megafonía anunció la llegada de un invitado sorpresa: Muhammad Ali.
El Comité Olímpico Internacional aprovechó la oportunidad para organizar una ceremonia única. Su presidente, Juan Antonio Samaranch, entregó personalmente al campeón olímpico de peso semipesado de 1960 una réplica de su medalla de oro perdida hacía mucho tiempo y se la colgó al cuello.
Ali parecía nervioso, lo que hizo que la escena fuera aún más conmovedora. A los 54 años, sus brazos temblaban compulsivamente, el efecto más visible y aterrador de la enfermedad de Parkinson que se había apoderado de su cuerpo, oficialmente durante los últimos 12 años, pero probablemente durante mucho más tiempo. Su emoción era palpable. Su paso incierto. La enfermedad que lo carcomía lo había envejecido considerablemente, pero su rostro seguía iluminado por esa famosa media sonrisa, dándole un aspecto fresco e infantil, como un eco del lejano héroe romano.
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Muhammad Ali en Atlanta 1996

Fuente de la imagen: Eurosport

Cuando Ali tomó la medalla y se la llevó a los labios para besarla, el pabellón estalló. Incluso en la galería de prensa, cayeron algunas lágrimas. La emoción del momento apartó a un lado las dudas. Poco importaba ya que la original se encontrara en el fondo del Ohio o perdida en cualquier otro lugar.
Los miembros del Dream Team 2.0 (Shaquille O'Neal, Charles Barkley, Reggie Miller, Karl Malone, Hakeem Olajuwon, John Stockton, Scottie Pippen, David Robinson y otros) se acercaron a abrazar a Ali antes de tomarse fotos con él. Luego fue el turno de los yugoslavos, especialmente ilusionado parecía el pívot Vlade Divac, para quien el ex campeón del peso pesado era su ídolo. La ceremonia fue testigo de la capacidad para trascender de Muhammad Ali, convertido ya en una figura de talla universal que había roto las fronteras de su deporte y de su país.

Atlanta, la sorpresa Ali

Los Juegos de 1996 terminaron como empezaron: con Ali. Se las arregló para apuntalar los Juegos Olímpicos de Atlanta de una manera que nadie más podría haber hecho, lo que le dio a los Juegos de Georgia el poso de historia que quizás le faltaba, porque la elección de Atlanta para la edición del centenario de los Juegos Olímpicos modernos había sido controvertida. En lugar de Atenas, donde todo comenzó, el COI optó por la metrópoli sureña sede de CNN y Coca-Cola.
Los puristas etiquetaron los Juegos Olímpicos de Atlanta como "Los Juegos del Dinero", y argumentaron que el movimiento olímpico se había vendido al gigante mundial de los refrescos, en lugar de honrar su historia.
Para suavizar las críticas, Atlanta quiso causar una gran impresión durante su ceremonia de apertura. Como suele ser el caso, el mayor misterio residía en la identidad de quién encendería el pebetero olímpico. Se sugirieron nombres, circularon rumores. Muy pocos mencionaron a Ali, de quien se decía que estaba demasiado enfermo y cuyas apariciones públicas se habían vuelto cada vez más esporádicas. La elección más obvia era otro boxeador también campeón mundial de peso pesado, ex medallista olímpico e hijo de Atlanta, donde creció.
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Muhammad Ali - Atlanta 1996

Fuente de la imagen: Getty Images

El 19 de julio de 1996 Evander Holyfield estuvo efectivamente presente en el estadio olímpico. Al Oerter, cuatro veces campeón olímpico de lanzamiento de disco, entró al recinto, antorcha en mano, antes de pasársela a Holyfield. Luego vino Voula Patoulidou, la corredora griega, y finalmente Janet Evans. La gran nadadora estadounidense fue la penúltima en portar la antorcha, llevando la llama hasta la plataforma debajo del gigantesco pebetero. Ella era una de las pocas personas en el planeta que sabía a quién le iba a pasar la antorcha. Como contó Evans en 2015, a ella misma se lo habían dicho tan solo 24 horas antes:
“A medianoche, la noche antes de la Ceremonia de Apertura, fui al estadio de Atlanta a ensayar. Me sorprendió que la persona que iba a encender el pebetero no estuviera allí. Pregunté por qué y me dijeron que iba a ser Muhammad Ali, y cuando me dijeron que tenía que mantenerlo en secreto, porque déjame decirte que quería contárselo a todo el mundo, me puse más nerviosa que nunca. ¿Cómo se pasa la llama olímpica al más grande? Estaba como loca. "

La imagen más famosa de todas las ceremonias de apertura

Fue allí, sobre esa plataforma, donde emergió Muhammad Ali, vestido de blanco, con todo el cuerpo temblando. Todos los que presenciaron la escena, ya fuera en el estadio o frente a su televisor en todo el mundo, contuvieron la respiración, se enjugaron las lágrimas e instaron al antiguo rey de los cuadriláteros a sostener la antorcha con la suficiente firmeza para completar el trabajo. Puede que fuera frágil, pero nunca deberíamos haber dudado de Ali.
Esa imagen es probablemente la más famosa en la historia de las ceremonias de apertura olímpica. Atlanta, muy difamada y bajo el foco de atención, había logrado llevar a cabo ese logro. O mejor dicho, el icono Ali lo hizo posible. ¿Quién si no? Ya no era ese personaje controvertido y polémico, rechazado por una parte de su propia sociedad. Se había convertido en un emblema unificador. Incluso reducido a una sombra de su antiguo yo, el paradójico Ali había logrado burlarse de la clase dirigente.
“Ponerlo en esa plataforma fue un golpe de genialidad que transformó una ceremonia muy cuidada en una celebración, una fiesta en la calle”, escribió el periodista George Vecsey en el New York Times. “Estaba sentado con un colega negro y una colega blanca, y cuando vimos a Ali resplandeciente en esa plataforma, intercambiamos choques de manos por la audaz perfección de la misma. Ali estaba en los Juegos. Ali estaba allí arriba. Encendiendo la llama. Todos nosotros flotamos como una mariposa y picamos como una abeja".
Si la vida de Muhammad Ali es digna de una novela, solo su historia olímpica, desde el fuego sagrado de Roma hasta la llama de Atlanta, captura su esencia por completo. Fueron los Juegos los que revelaron al mundo en 1960 un muchacho que apenas había pasado de la adolescencia. Fueron, de nuevo, los Juegos 46 años después los que confirmaron su inmensa popularidad planetaria. En 1999, Ali fue nombrado "Deportista del siglo XX" tanto por la BBC como por Sports Illustrated. Sus logros atléticos y la talla de su personalidad justificaron esta elección, pero la imagen de la ceremonia de Atlanta, todavía fresca en la mente de todos, sin duda también ayudó.
Como símbolo definitivo, fue durante otra ceremonia olímpica, en 2012, en Londres, cuando Muhammad Ali aparecería por última vez en público. Fue algo impropio de Ali decir adiós sin gritar su nombre a los cuatro vientos, pero su llama se estaba apagando.
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Del Clay de Roma al Ali de Atlanta: el fuego y la llama

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